La humanidad ha estado llena de grandes ideas, pero no todas han prosperado y se han convertido en descubrimientos que cambiaron el curso de la historia. Algunas porque quienes las imaginaron no hallaron el modo de concretarlas; otras porque fueron efectivamente buenas ideas pero no les dio más que para eso y sus efectos no fueron lo suficientemente disruptivos. Pero una de las condiciones indispensables de las ideas que sí evolucionaron y llegaron a cambiar el orden de las cosas fue que sus artífices se lanzaron a la ardua tarea de conjugar el verbo “hacer”, un verdadero parteaguas entre quienes alcanzan el éxito y los que tienen el fracaso asegurado desde el principio.
La historia de este artículo, desde ya, se anota en la columna de los que sí se lanzaron a la faena. Sus protagonistas son bioingenieros argentinos muy jóvenes y en eso andan todavía, recogiendo señales de que están muy cerca de transformar su idea en una que cambie (para bien y para siempre) el status quo, en este caso de la medicina. Se trata de Navian, una idea que nació como proyecto de tesis en el Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA) y que ya está siendo probada, con resultados alentadores, en el Instituto Fleni de Buenos Aires.
“Junto a Pablo y Thiago nos pusimos a buscar un tema para desarrollar y defender en el final de la carrera de bioingeniería en el Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA). Pero en lugar de pensar en algo aislado, salimos a buscar un problema real. Como a lo largo de nuestra carrera vimos y estudiamos la neurocirugía, quisimos entrevistar a neurocirujanos para conocer cuáles eran sus problemas del día a día y si podíamos hallar un modo de resolverlos”, relató Luciano Manelli, uno de los fundadores de Navian junto a Pablo Salmón y Tiago Sarthou, en diálogo con Punto Medio (Radio 2).
En esa fase de búsqueda de dificultades cotidianas de los médicos que operan el cerebro, el equipo detectó una necesidad clara. “Nos dijeron que les gustaría tener una herramienta que les permitiera ver a través del paciente, como si tuvieran visión de rayos X, todas sus estructuras internas antes de operar. Por ejemplo, un tumor cerebral. Algo que les facilitara el momento de la preparación y les diera más precisión en la búsqueda del mejor acceso a la zona de intervención”.
De esas conversaciones con los especialistas en neurocirugía concibieron la idea de Navian: crear un entorno de realidad aumentada que se sirviera de la IA para hacer planificaciones y “navegar” dentro del paciente sin haber entrado todavía. Algo que los médicos hoy pueden hacer, pero mirando una pantalla, con todas las demoras e imprecisiones que eso puede generar.
“Los neuronavegadores actuales funcionan con pantallas planas: cargan imágenes preoperatorias y el médico, tocando regiones del cráneo, va viendo en la pantalla en qué parte del cerebro está. Además de la incomodidad, uno de los problemas es que son extremadamente costosos: pueden valer hasta un millón de dólares y requieren un mantenimiento muy caro. Por lo que no todos los hospitales pueden acceder a ellos, lo que además limita la capacitación de los profesionales”, explicó Manelli.
Ciencia a la obra
La idea ya estaba clara, pero había que conjugar la palabra “hacer”. En su origen, el proyecto tuvo una versión más simple. “Nuestra tesis arrancó en un smartphone y fue validada y certificada: efectivamente, se apuntaba el teléfono al área a intervenir y se podía ver una imagen interior de la persona. Pero el feedback que recibimos de parte de los médicos fue que no podían tener ambas manos libres, por lo que se nos ocurrió meter el desarrollo dentro de unas gafas de realidad aumentada. Ese fue el gran salto que dimos”, contó uno de los inventores.
Navian funciona así: “Nosotros recibimos las imágenes de resonancia magnética del paciente que se va a operar, las cargamos en el sistema y se procesa todo. Gracias a la IA, Navian puede definir todas las estructuras internas (incluidos tumores), reconstruirlas en 3D como si fuera un avatar personalizado y dejar todo cargado en las gafas. Entonces, el profesional se las coloca y al mirar al paciente, tiene toda la información que necesita reflejada sobre su cuerpo: puede advertir el volumen de la lesión, ir rotando, viendo cortes, eligiendo recorridos. O lo que es lo mismo: el cirujano puede ver dentro del paciente en tiempo real antes de hacer el procedimiento”.
Antes, el cirujano pintaba resonancia por resonancia para reconstruir y perdía horas en ese proceso. “Con nuestra herramienta, esos procesos manuales se comprimen y automatizan. En quirófano ya tenés todo generado y el médico puede irse moviendo, viendo distintas perspectivas y encontrando las mejores rutas de abordaje para quitar la mayor cantidad de tumor posible. Es una experiencia inmersiva porque todo está superpuesto en un contexto tridimensional. Y lo que es mejor: reducimos los costos hasta en un 85%”, se entusiasma Manelli.
Pruebas exitosas en Fleni
El potencial éxito del uso de Navian en la reducción de tiempos y costos y en las facilidades otorgadas a los neurocirujanos ya está siendo probado en el Instituto Fleni de la ciudad de Buenos Aires. “Tenemos la suerte de contar con el doctor Andrés Cervio, jefe de cirugía de Fleni, y allí pudimos validar que los casos cargados ofrecían un servicio de calidad. Fuimos trabajando junto a Eduardo Labollita, experto en realidad aumentada, en la búsqueda de materializar lo que estábamos proponiendo”, remarcó uno de los artífices de Navian. “Nos enfocamos en que la segmentación y la reconstrucción volumétrica fueran lo más precisas posibles. Y lo estamos logrando”, añadió.
La comodidad del cirujano también es muy tenida en cuenta para seguir mejorando el proyecto, que aún debe obtener validaciones importantes para poder ser comercializado. “Estamos buscando que los cascos de realidad aumentada sean lo más livianos posible porque son cirugías muy largas. Y además que, si el médico necesita concentrarse en la cirugía, pueda quitárselos y, si necesita chequear algo, volver a ponérselos. Las estructuras están sobre el espacio, fijas, y puede consultarlas cuando lo necesite”.
Los próximos pasos para que Navian sea un producto médico formal se darán en los próximos meses. “Para que sea un producto profesional, se requieren validaciones clínicas, pruebas y certificación de ANMAT. El objetivo es presentar los resultados en estos pacientes del Fleni y, una vez que tengamos la aprobación, expandirnos hacia otros centros de salud del país”.
El potencial de Navian, sin embargo, va mucho más allá de la neurocirugía. “Además de que se contactaron hospitales de neurocirugía del interior del país, que buscan tecnología más barata que la actual para preparar este tipo de cirugías, también nos llamaron de centros de otras especialidades. Porque esta tecnología puede escalar a otras patologías: hígado, traumatología, se puede usar para lo que sea. Un cirujano se coloca las gafas y visualiza lo que necesita para operar. Ese es el potencial que le vemos”.
En definitiva, la historia de Navian muestra que la ciencia más transformadora no siempre nace de grandes laboratorios, sino tanbién de la mirada sensible de jóvenes que se atreven a escuchar a otros y a poner su talento al servicio de necesidades concretas. Cuando la empatía se combina con el conocimiento y la voluntad de “hacer”, surgen desarrollos capaces de cambiar destinos.



