"No me parece que sea para un premio Nobel". Cuando Luis Federico Leloir se enteró, el 27 de octubre de 1970, que su investigación sobre cómo los alimentos se transforman en azúcares que sirven de combustible a la vida humana había ganado el prestigioso galardón de la academia Sueca reaccionó con características muy propias de su personalidad: humildad y modestia. Lo cierto es que este científico que manejaba un Fiat 600 se convirtió en el tercer argentino en recibir ese galardón.

Leloir llevó adelante su trabajo en un laboratorio con pocos recursos, con poco equipamiento, algo que quedó simbolizado en una imagen: una de las fotos más conocidas de él, en la que se lo ve sentado en una silla de paja con las patas reforzadas con alambre.

Luis Federico Leloir nació en París, Francia, en 1906. Sus padres eran argentinos y a los dos años regresaron al país. En 1932 se recibió de médico pero ejerció poco como tal, pues decidió dedicarse a la investigación en el Instituto de Fisiología de esa universidad. El director era Bernardo Alberto Houssay, que en 1947 se convirtió en el segundo argentino en ganar el Premio Nobel. 

En 1943, luego del dolpe de Estado, Leloir se fue a Estados Unidos, donde trabajó en el laboratorio Carlo Gerty Cori de St. Louis y, después, en el Colegio de Médicos y Cirujanos de la Universidad de Columbia, en Nueva York. Al volver a la Argentina Houssay le propuso ser el director del Instituto de Investigaciones Bioquímicas-Fundación Campomar, que ahora lleva su nombre.

Leloir estuvo 40 años al frente de ese laboratorio, donde gestó el hallazgo que le valdría el Premio Nobel.

El científico investigó cómo se metabolizan los azúcares en el organismo y el mecanismo de biosíntesis del glucógeno y del almidón, polisacáridos de reserva energética de los mamíferos y las plantas. Ese descubrimiento permitió, entre otras cosas, comprender las causas de varias enfermedades.

Cuando recibió el Nobel, enfrentó la requisitoria de los medios, algo que claramente lo incomodaba. “Todos me felicitan, y lo agradezco. Pero lo que descubrí es inexplicable para la gente común: nadie lo entendería. Y tampoco conquisté un planeta: apenas avancé un paso en una larga cadena de fenómenos químicos. Quizá jugará un papel en el mejor conocimiento del organismo humano y posibilitará la curación de algunas enfermedades”, dijo en una nota con Roberto Maidana en Canal 13.

Leloir no paró de trabajar hasta el día de su muerte, el 2 de diciembre de 1987, cuando sufrió un infarto de miocardio. Tenía 81 años.

Además de sus hallazgos científicos, también se le adjudica haber inventado la salsa Golf. Leloir veraneaba en Mar del Plata con amigos, con quienes solía reunirse en el Golf Club. Cuenta la leyenda que aparentemente cansado de comer los langostinos con mayonesa un día pidió al mozo que le acercara varios condimentos con los que empezó a hacer combinaciones, que daba de probar a sus amigos.

La que más gustó tenía ketchup con mayonesa, unas gotas de salsa Tabasco y coñac. Los amigos presentes, en homenaje al sitio donde fue inventada tal preparación, la bautizaron como salsa Golf.