Utilizaré el nombre Sofía por su significado: “La que posee sabiduría”. Creo que los niños necesitan adquirir sabiduría para comprender y perdonar a quienes deciden sus destinos.

Me referiré a uno de los tantos casos que asistimos hoy día. Sofía nació de una pareja que como tantas, sólo la fecundó... La madre no pudo contenerla, nadie la ayudó en la adopción de su propia hija, su propia “bio-grafía”, su circunstancia personal y social fueron causas de ataques quizás inconscientes, que la hacían descargarse en golpes y castigos dirigidos a la niña. No había padre, ni tíos, ni abuelos ni vecinos que la rescataran y los frágiles tejidos mostraban hematomas en cuerpo y rostro, el cuero cabelludo con folículos pilosos ausentes, fracturas múltiples y un estado de impotencia y humillación del que no podía dar cuenta con más eficiencia, por sus pocos meses de vida. El pediatra que la asistió pudo diagnosticar el traumatismo de su mente e inteligentemente propuso buscar un refugio, un nido, un medio ambiente humano que apague el dolor y la rescate del estado de alucinación y aislamiento.

Así llegó a brazos de una familia a la que se “apegó” (Bowlby, 1958) y con el tiempo, inevitablemente, comenzaron a tejer la trama de un amor afiliante. Poco a poco, derribaron barreras defensivas en la pequeña, día a día, la fueron convocando a la vida. Canciones y palabras, estrategias de profesionales que la estimularon, parieron el lenguaje vital que asoma al desarrollar lo más humano. Durante aproximadamente un año (el segundo año de vida!), justamente el año que gracias a la tecnología ya se visibiliza la embriología de la conciencia y la razón: el pasaje de la cultura de los vínculos profundos a la biología más inapelable. Esa afiliación que desmiente la importancia de los genes. Lo epigenético que da cuenta del error de la vieja creencia nacida en la Universidad de Salamanca: “lo que natura non da Salamanca non presta”. Los obstetras de “La Justicia” (lamentablemente no siempre en manos de juristas), deben borrar sus prejuicios de otros siglos, adquirir lo que hoy está científicamente demostrado y pedir auxilio a diferentes disciplinas para no participar e incluso evitar, homicidios totales o parciales, del cuerpo y el alma (indivisibles) de los niños que tienen a cargo.

Décadas atrás, intentamos con la Dra. Zulema Staffieri, explicar las consecuencias de cambiar los nidos, en procesos de tránsitos múltiples, post abandonos (para los niños no existe lo “pre-adoptivo”). No había todavía explicaciones científicas como existen actualmente, pero las observaciones empíricas en pequeños con diagnósticos de rigideces (como piedras), parálisis corporales y/o autismos, por intolerancia a los cambios medio ambientales, llevaron a conclusiones que debieran ser reconocidas. Gracias al acompañamiento teórico y práctico, del Juez Dr. J.Artigas, la Asistente Social Teresa Comino y otros profesionales, expusimos en Congresos sobre Adopción, lo que se observaba después de 6 meses de vinculación. Nos solicitaron los argumentos para modificar el período de pre-adopción y pasó de 12 meses a 6, en la nueva ly.

El modificado artículo 51 de la Ley 12.967 con tiempos que no tienen base psicológica ni médica, justifica desde 3 meses a un año y medio!, para resolver causas del primero o segundo año de vida, etapa en que más se construye la mente: las sinapsis neuronales de núcleos que comandan percepciones, sensaciones, sentimientos y re-acciones o comportamientos. Hace conflicto con La Convención de los Derechos del niño (Ley 23.849), de mayor jerarquía que cualquier ley a la hora de defender el “interés superior” enfocado en niños, niñas y adolescentes.

Las neuroimágenes ya ilustran la mano que acaricia y la piel que responde y lo que es capaz de aprender el cerebro y lo difícil que es olvidar. Por eso; cuando informan que la niña tolera un tercer cambio de contexto, a pesar de sus apenas dos años, creen que existe una goma de borrar cerebral y toman decisiones, que provocan estrés traumático y deja huellas para toda la vida. De todos modos, esos “miembros fantasmas”, continuarán actuando. El amor inaugurado, el impronta afectivo que logró esa primer familia, que pactó y prometió mantenerse solo “solidaria” y no pudo, fue justamente lo que rescató a la pequeña.

Si los funcionarios se pusieran en el zapato de la niña, reflexionarían y comprenderían porqué defiendo a quienes ella llamaba mamá, papá, tía, etc. etc. Que los funcionarios hayan buscado padres “nuevos”, sin haber diagnosticado lo descrito, sin haberla escuchado, incluso inculpando a los padres por el vínculo gestado, me pregunto si es legal, o en caso de serlo, si es legítimo, justo y vital?

Algún día, al llegar a la adultez, una mínima cordura le permitirá a Sofía preguntarse frente al espejo: ¿Qué vieron en mí esos “otros”; seres que tuvieron el poder de definir mi destino? ¿vieron a quien dirigía mi mirada desesperada? Probablemente ya no existan ninguna de esas estructuras políticas, que no tomaron decisiones biojurídicas (biológicas y jurídicas), funcionarios que operaron separando, recortando, mutando o matando sus afectos tempranos. Carecieron de instrumentos para ver como tallaron el hipotálamo: comandante de los equilibrios neurohormonales, el sistema emocional o límbico: núcleos amigdalinos, hipocampo (memoria), gyrus cingulado, etc.etc…

“Por más esfuerzo que hagamos, jamás podremos volver a colocar las flores en algún tallo después del vendaval…” Ojala Sofía encuentre un tutor de resiliencia, como dice Cyrulnik, el autor de “Los patitos feos”, donde describe casos como estos.

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