Recorrer la ciudad, conocer gente y llevar el sustento a la casa. Conducir un taxi fue para Armando Gómez, el primer taxista del barrio Unión y Parque Casas que fue homenajeado por sus vecinos este domingo, mucho más que la forma de ganarse la vida.
Lleno de anécdotas y de datos precisos que recuerda con lucidez, a los 79 años este tachero nacido en Rosario, disfruta del respeto de la gente que organizó una fiesta en la vecinal de Medrano 1.350 para reconocerle sus 55 años de oficio.
“Yo tenía ganas de manejar el auto de mi padre desde antes de irme al servicio militar, aunque no sabía manejar –confiesa Armando a Rosario3.com– pero por esas cosas de la vida no se lo pedí y cuando empecé la conscripción tuve la oportunidad de que me enseñaran. Lo primero que manejé fue un jeep y cuando volví a mi casa no dije nada, me subí al auto de mi padre (también taxista) –un Gran Paige, modelo 1931, con estribo– y salí. Al final de la tarde regresé y le di a mi padre lo que había ganado y le dije: «tomá viejo, hice unos viajes» y desde entonces no paré de manejar hasta el 22 de agosto de 2005” Una nada despreciable trayectoria de 55 años y 9 meses a bordo del auto transportando gente.
La época en que Armando recibió el bautismo como taxista de hecho, sin licencia y sin habilitación, era mucho más tranquila que la actual y el tránsito de la ciudad era escaso y circulaba a velocidades considerablemente menores, lo que hacía de la tarea de manejar y llevar pasajeros, un oficio hasta placentero. Era noviembre de 1949 y en Rosario había apenas 300 taxis autorizados.
“No me faltó contacto con la farándula que pasó por Rosario –relata Armando– y recuerda haber llevado a Alberto Castillo, el cantor de los cien barrios porteños, a Tita Merello (en 1952) a Roberto Galán y sus secretarias, y hasta a Carlitos Balá”.
Pero en el barrio lo aprecian mucho porque también los ha llevado a ellos hasta el destino indicado y en el menor tiempo posible. “Yo era el mejor”, asegura Gómez, y pide disculpas por la inmodestia de sus palabras. “Yo sabía manejar y conocía las calles a la perfección y además sabía guardar un secreto: (risas) cuando alguna chica del barrio me pedía que yo no contara a qué dirección la había llevado, yo no decía palabra y por eso me llamaban siempre a mí”.
En el anecdotario de este tachero con tantos años de experiencia como memoria para revivirlos, figuran historias de película como la de un cura que en la década del 60 subía a su taxi siempre en el mismo lugar, vestido con sotana e iba hasta una esquina donde siempre subía la misma mujer. “Entonces él se sacaba la sotana y yo los llevaba hasta un hotel, rememora en complicidad, donde unas horas más tarde volvía a buscarlos (se ríe con ganas y concluye que siempre se cocieron habas)”.
En 55 años de calle cambiaron muchas cosas, pero para él lo más significativo es la seguridad con que antes se trabajaba. “No pasaba nada –asegura–, uno podía a llevar a cualquiera con cara de facineroso, pero casi no había asaltos ni problemas con los drogadictos, sólo algunos borrachos a los que yo dejaba a pie para no meterme en líos”.
Recuerda que una vez lo abordaron dos hombres armados que huían luego de haber robado a otro taxista en Avenida Francia y 9 de julio. Hicieron bajar a la pasajera que él llevaba y le pidieron el vehículo, pero él los convenció de llevarlos hasta donde querían para que no levantaran sospechas y los delincuentes no sólo accedieron, sino que además le dejaron unos pesos al ver que había recaudado muy poco ese día. “De no creer, dice con asombro”.
A lo largo de sus 55 años de oficio, Armando cosechó 17 registros de conducir y un capítulo que lo enorgullece y que seguro relatará una vez más el domingo próximo cuando sus vecinos y amigos lo homenajeen. El 2 de noviembre de 1962, cuando Armando volvía a su casa luego de transportar al último pasajero, encontró en el asiento trasero un paquete que por su apariencia podía contener dos pares de medias. Pero al abrirlo vio con sorpresa que se trataba de dos fajos de dinero. “Eran 190 mil pesos” –remarca y dice que en esa época esa plata equivalía a más de la mitad del valor de un auto nuevo. “No sabía qué hacer porque no podía identificar a la persona que los había olvidado, explica, pero al día siguiente en el diario salió un aviso del damnificado, entonces lo busqué y le devolví el dinero”. También el dueño de los fajos fue generoso con él porque luego de agradecerle, le dio el 10 por ciento como recompensa. “No me compré auto nuevo, dice conforme, pero sí cambié la heladera”.
Este domingo, a las 13, más de 100 vecinos se reunieron en el “gran almuerzo del reencuentro” organizado por la gente del barrio en su homenaje y piloteado por Pedro Cerutti, “más que un vecino, un amigazo”, cierra Armando Gómez, el primer taxista de Unión y Parque Casas, feliz del título que le otorgan sus amigos y que nadie intenta poner en discusión.
Lleno de anécdotas y de datos precisos que recuerda con lucidez, a los 79 años este tachero nacido en Rosario, disfruta del respeto de la gente que organizó una fiesta en la vecinal de Medrano 1.350 para reconocerle sus 55 años de oficio.
“Yo tenía ganas de manejar el auto de mi padre desde antes de irme al servicio militar, aunque no sabía manejar –confiesa Armando a Rosario3.com– pero por esas cosas de la vida no se lo pedí y cuando empecé la conscripción tuve la oportunidad de que me enseñaran. Lo primero que manejé fue un jeep y cuando volví a mi casa no dije nada, me subí al auto de mi padre (también taxista) –un Gran Paige, modelo 1931, con estribo– y salí. Al final de la tarde regresé y le di a mi padre lo que había ganado y le dije: «tomá viejo, hice unos viajes» y desde entonces no paré de manejar hasta el 22 de agosto de 2005” Una nada despreciable trayectoria de 55 años y 9 meses a bordo del auto transportando gente.
La época en que Armando recibió el bautismo como taxista de hecho, sin licencia y sin habilitación, era mucho más tranquila que la actual y el tránsito de la ciudad era escaso y circulaba a velocidades considerablemente menores, lo que hacía de la tarea de manejar y llevar pasajeros, un oficio hasta placentero. Era noviembre de 1949 y en Rosario había apenas 300 taxis autorizados.
“No me faltó contacto con la farándula que pasó por Rosario –relata Armando– y recuerda haber llevado a Alberto Castillo, el cantor de los cien barrios porteños, a Tita Merello (en 1952) a Roberto Galán y sus secretarias, y hasta a Carlitos Balá”.
Pero en el barrio lo aprecian mucho porque también los ha llevado a ellos hasta el destino indicado y en el menor tiempo posible. “Yo era el mejor”, asegura Gómez, y pide disculpas por la inmodestia de sus palabras. “Yo sabía manejar y conocía las calles a la perfección y además sabía guardar un secreto: (risas) cuando alguna chica del barrio me pedía que yo no contara a qué dirección la había llevado, yo no decía palabra y por eso me llamaban siempre a mí”.
En el anecdotario de este tachero con tantos años de experiencia como memoria para revivirlos, figuran historias de película como la de un cura que en la década del 60 subía a su taxi siempre en el mismo lugar, vestido con sotana e iba hasta una esquina donde siempre subía la misma mujer. “Entonces él se sacaba la sotana y yo los llevaba hasta un hotel, rememora en complicidad, donde unas horas más tarde volvía a buscarlos (se ríe con ganas y concluye que siempre se cocieron habas)”.
En 55 años de calle cambiaron muchas cosas, pero para él lo más significativo es la seguridad con que antes se trabajaba. “No pasaba nada –asegura–, uno podía a llevar a cualquiera con cara de facineroso, pero casi no había asaltos ni problemas con los drogadictos, sólo algunos borrachos a los que yo dejaba a pie para no meterme en líos”.
Recuerda que una vez lo abordaron dos hombres armados que huían luego de haber robado a otro taxista en Avenida Francia y 9 de julio. Hicieron bajar a la pasajera que él llevaba y le pidieron el vehículo, pero él los convenció de llevarlos hasta donde querían para que no levantaran sospechas y los delincuentes no sólo accedieron, sino que además le dejaron unos pesos al ver que había recaudado muy poco ese día. “De no creer, dice con asombro”.
A lo largo de sus 55 años de oficio, Armando cosechó 17 registros de conducir y un capítulo que lo enorgullece y que seguro relatará una vez más el domingo próximo cuando sus vecinos y amigos lo homenajeen. El 2 de noviembre de 1962, cuando Armando volvía a su casa luego de transportar al último pasajero, encontró en el asiento trasero un paquete que por su apariencia podía contener dos pares de medias. Pero al abrirlo vio con sorpresa que se trataba de dos fajos de dinero. “Eran 190 mil pesos” –remarca y dice que en esa época esa plata equivalía a más de la mitad del valor de un auto nuevo. “No sabía qué hacer porque no podía identificar a la persona que los había olvidado, explica, pero al día siguiente en el diario salió un aviso del damnificado, entonces lo busqué y le devolví el dinero”. También el dueño de los fajos fue generoso con él porque luego de agradecerle, le dio el 10 por ciento como recompensa. “No me compré auto nuevo, dice conforme, pero sí cambié la heladera”.
Este domingo, a las 13, más de 100 vecinos se reunieron en el “gran almuerzo del reencuentro” organizado por la gente del barrio en su homenaje y piloteado por Pedro Cerutti, “más que un vecino, un amigazo”, cierra Armando Gómez, el primer taxista de Unión y Parque Casas, feliz del título que le otorgan sus amigos y que nadie intenta poner en discusión.