La selección alemana hizo realidad el sueño de todo un país y se proclamó campeona del mundo de handball, por tercera vez en su historia, tras imponerse por 29-24 a Polonia en Colonia, en una final llena de altibajos, en las que a los eslavos les ganó el miedo a vencer.

El partido pareció decantarse rápidamente (8-3) del lado del conjunto local, para regocijo de toda Alemania, que tras quedarse el verano pasado a la puertas de ganar la Copa del Mundo de fútbol, no podía dejar escapar otra vez la oportunidad de ganar en casa su Mundial

Pero las carencias en estático de los de Heiner Brand, tan sólo maquilladas por la fintas y penetraciones de Kraus y Zeitz, permitieron lo impensable, que Polonia, de la mano del pivote Bartosz Jurecki y del portero Slawomir Szmal volviera a meterse en la final.

A tan sólo dos goles (13-11) se llegó a situar el cuadro eslavo a menos de cinco minutos para la conclusión de la primera mitad, pero de nuevo la presión pareció apoderarse de los de Bogdan Wenta, permitiendo a Alemania marcharse al descanso con un tranquilizador 17-13.

Una renta que volvió a dispararse al comienzo del inicio de la segunda parte, en el que el ya conocido guión de parada de Fritz y contragolpe alemán, posibilitó que los locales se escapasen de seis tantos (20-14) en apenas cinco minutos.

El destino, sin embargo, deparaba una nueva sorpresa, la inoportuna lesión de Fritz, pareció paralizar al cuadro teutón, que permitió una nueva remontada polaca, esta vez de la mano de extremo derecho Mariusz Jurasik, que situaron a los eslavos a un único gol (22-21) y quince minutos todavía por jugar.

El propio Jurasik tuvo la oportunidad de llevar la igualdad al tanteador apenas unos segundos más tarde, pero el jugador del Kronau alemán estrelló el balón en el palo izquierdo de la portería defendida por Bitter, que suplió al lesionado Fritz.

Un fallo que significaría el principio del fin para Polonia, pues entonces surgió la figura de un hasta entonces muy desdibujado Pascal Hens para acabar con dos potentes latigazos todos los miedos del conjunto alemán.

Goles que acabaron de terminar con la resistencia polaca, que permitió que los últimos minutos de encuentro se convirtieran en toda una auténtica fiesta, no sólo ya para los jugadores germanos y el abarrotado Kolnarena, sino para todo un país, Alemania, donde el handball es una pasión.

Fuente: EFE