¿Viajaron de noche con tormenta por la autopista que une Rosario con San Nicolás? A mi me tocó transitarla el viernes 5 de octubre pasado entre las 20.30 y las 21.30.

Dantesco, para desprevenidos como yo, que hace años no viajaba de noche. Camiones a 120, 130 kilómetros por hora con acoplados, camiones “mosquito”, colectivos gigantescos, automóviles, todos haciendo juegos de guiños para adelantarse a lo que deben considerar su rival y ganarle “la carrera”.

Una verdadera batalla por llegar primero, por dejar atrás al otro vehículo.

Como estaba tan oscuro no se alcanzaba a ver a los conductores. Personas. Humanos. Pensantes.
Sencillamente me aterré. No comprendo cómo no suceden más accidentes que los que vemos día a día por televisión. Porque los conductores crean las condiciones para que la muerte se regocije con tantos candidatos que se prestan inconscientemente para su cosecha.

¿Qué apuro era más importante que la vida misma?
La citada autopista, el casual horario, más la tormenta, no son sino una “muestra” de lo que debe estar sucediendo en las rutas argentinas.

Entonces, más allá del tránsito casual que me tocó vivir, me queda el amargo sabor de comprobar la estupidez humana, y no entiendo muy bien porqué se dan estos fenómenos que han venido “in crescendo” en estos últimos años.

El vértigo que produce la imprudente velocidad, la toma del volante y el pié sobre el obediente acelerador vuelven al conductor ¿más feliz?¿más potente? ¿más sabio? ¿más moderno?

Veamos. Existen hombres que controlan a los “otros” hombres. A los imprudentes, a los infractores, a los que sienten su “vida como eterna”. A los que ningún dolor les hizo aprender aún el verdadero valor de estar vivo.

No vi a nadie controlando ese viernes a la noche. Cuando llegué al peaje me pregunté si ese breve instante que frena al vértigo y desgasta el bolsillo, no serviría para la reflexión.

Pero no, enseguida estuvimos inmersos en el caos que veníamos soportando desde kilómetros atrás.
Y llegamos a Rosario, extrañamente vivos, sanos.

Peaje. Buen negocio. Permanente y constante manera de sumar monedas tras monedas, verdaderas fortunas.
¿Para qué sirven? Alguien va a tener que explicar adonde va esa recaudación. Pero en serio. Porque si dicen que es para corroborar que se cumplan normas de tránsito, no es cierto. Si dicen que para conservar las autopistas en buen estado, tampoco.

Hemos visto como la policía observa aburrida la velocidad máxima transgredida constantemente.
Y pregunto: ¿para que están? Se me ocurre que si salen corriendo detrás de cada “loco al volante”, se quedan sin trabajo en un día.
¿Entonces?

Bueno, parece que el estar todos inmersos en la vorágine es el progreso, la moda. Y aquel que de casualidad se encuentre con mis reflexiones, me puede acusar de desubicada, anticuada y vaya a saber cuantos conceptos más, que le sirvan de justificativo para su descontrol, y su verdadera falta de sentido del valor de la vida propia y la ajena.


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