Fabio Capello, la apuesta fuerte del presidente Ramón Calderón, ya impone su personalidad en el Real Madrid. Con absoluta libertad para actuar, cambia hábitos, corrige con rigidez a sus futbolistas y arranca en su objetivo de reconstrucción del club, con la disciplina por bandera.

"¡Aquí mando yo!". Fue un grito que sonó con fuerza desde el campo de entrenamiento de Irdning y que hasta silenció al centenar de aficionados ubicados en la grada. Estaba dirigido al danés Thomas Gravesen, hiperactivo, cuando le recriminaba con malos gestos, por enésima vez, una mala entrega de balón al canterano Balboa.

Le quedó claro al inquieto Gravesen, que una hora después fue el primero en abandonar los campos de entrenamiento y dirigirse, con caras de pocas amigos, al castillo donde Capello ha establecido el "cuartel de concentración".

En el nuevo ejército madridista hay un general. Es Capello. Y tiene libertad de movimientos. El presidente, Ramón Calderón, escapa de errores de un pasado reciente y promete que nunca se meterá en la parcela deportiva. Jamás traspasará esa pequeña línea que llevó al fracaso durante los últimos tres años al presidente que secundó en su momento, desde la junta directiva.

Y es que la mano de Fabio se nota en un Real Madrid que se reconstruye de sus cenizas, de momento, con sabia joven de la cantera a la espera del regreso de los internacionales y de los esperados fichajes, que han creado cierto malestar entre los más jóvenes.

Capello se siente fuerte. Sabe que es la base del nuevo Real Madrid y que dbe resucitar, igual que hizo en la temporada 1996-97 con los fichajes de Mijatovic, Suker, Seedorf, Roberto Carlos, Illgner o Panucci, a un equipo descompuesto que en las últimas campañas ha adquirido malas formas.

Un ejemplo más lo vivió Alvaro Mejía. Ocurrió en los minutos previos al inicio del entrenamiento vespertino. Momentos para las bromas, para escapar de la monotonía del hotel de concentración. El central se puso de portero retando a varios compañeros a hacerle un gol. Una orden de Capello acabó con el juego. "Fuera de la portería". Dicho y hecho.

Tan similar como el gesto del primer día de entrenamiento que sirvió como su carta de presentación a su nueva plantilla. Entre series de carrera, varios jugadores se sentaron en el banquillo mientras reponían líquidos. Capello los llamó al orden. "Eso no me gusta".

Con él la seriedad es máxima. Cada entrenamiento son dos horas de trabajo, en todos los sentidos de la palabra. No admite relajación y confía ciegamente en sus ayudantes, en los que delega, para intervenir directamente en la parte decisiva. En el momento en el que se ensayan tácticas y línea por línea corrige hasta el último gesto de sus jugadores.

Los hábitos cambian en el Real Madrid y lo hacen hasta el último detalle. En los desplazamientos en avión hay nueva ubicación para la prensa, las últimas filas. El mejor sitio para que un periodista vea todos los movimientos de los jugadores. La mejor ubicación para que un jugador sepa que debe comportarse en todo momento en el que está "trabajando" representando al Real Madrid.

Es la forma por la que Capello apuesta para hacer realidad una frase que repite desde el día de su presentación. "Hay que recuperar el espíritu de la camiseta blanca".