En el año 2006, en Seguí, Entre Ríos, se organizó la primera muestra de ‘El Arte con la Gente’, como celebración de su 99º aniversario. En el marco de dicho encuentro surgió, propuesto por la comuna del pueblo y ejecutado por dos alumnos de la Licenciatura en Producción y Realización Audiovisual de la Universidad Abierta Interamericana un Taller de Cine pensado como una jornada de capacitación y trabajo orientados a la realización y exhibición de un cortometraje de ficción en todas sus etapas. Gervasio Viola y Augusto Jacquier fueron los encargados de llevar a cabo esta innovadora propuesta audiovisual.
La característica particular fue que no hubo expertos, sino que un grupo de personas sin experiencia ni conocimientos teóricos previos de lenguaje cinematográfico y en el lapso efímero de de 48 horas llevaron todos los roles que entran en juego en una compleja producción audiovisual: desde el guión hasta la exhibición.
La propuesta fue exitosa y se repitió en los dos años siguientes, cada vez con más convocatoria y mayores expectativas. Ahora llega el turno de Rosario, ya que el viernes 20 de marzo, a las 16.30, Augusto Jacquier defenderá su tesis, mostrará su experiencia, buscará su título de grado; pero tratará de demostrar que el público no sólo puede consumir cine; sino apropiarse de los códigos que parecen terreno exclusivo de los expertos.
“Nosotros no elegimos la idea sino que ella nos eligió a nosotros. Gervasio Viola, oriundo de Seguí, fue contactado por los organizadores de la muestra de ‘El Arte con la Gente’, un encuentro en el que se dieron a lugar muestras de fotografía y pintura, música, actuación y danza, y básicamente él accedió y me convocó para que lo coordináramos juntos”, cuenta Jacquier.
El alumno de la UAI, agrega que “a partir de ahí, sí comenzamos a encargarnos nosotros, viendo qué contenidos eran los más adecuados para un grupo de personas sin experiencia ni conocimientos de lenguaje audiovisual, y recién entonces nos apropiamos del proyecto y pusimos manos a la obra. Se plantearon dos objetivos: no utilizar como referencia ninguna otra experiencia similar y atravesar todas las etapas: producción, pre, rodaje y pos, en ese día y medio de taller”.
Augusto Jacquier, de notable experiencia en el medio local, mientras se prepara para mudarse a Australia, contó los alcances de su tesis. Desde su experiencia “la gente tiene toda la potencialidad para hacer cine. De repente uno cae en la cuenta de que el cine es esa masa de información vastísima, monstruosa, que funciona casi por completo a nivel intuitivo, porque crecimos en una realidad construida a partir del discurso audiovisual, porque leemos, hablamos y pensamos en imágenes. Entonces, cuando llevás una propuesta como ésta a un lugar en el que se tiene un contacto tan escaso con las formas de producir todo eso que ellos consumen –entendido como aprendizaje cultural–, no hace falta mucho para llenar las filas y ponerse a trabajar. Y no sólo eso: cuando la gente tiene buena voluntad y el ámbito de trabajo es tan controlable –cuanto más chico es el pueblo, más fácil es echar mano de sus recursos–, todo funciona mejor, es más fácil coordinar los esfuerzos y los resultados son, por lo general, tanto más efectivos. Para poner un ejemplo: en el primer taller (2006), se necesitaba una sala velatoria para grabar. En media hora teníamos las dos salas del pueblo a nuestra disposición, y hasta nos dieron la opción de elegir el ataúd que mejor nos sentara. Trasladar este ejemplo a una ciudad como Rosario y esperar los mismos resultados –en posibilidades y tiempo– raya el absurdo. Si el proyecto es estimulante, la gente se suma de buena gana y la producción se hace posible. Y si la gente está, los recursos también, tarde o temprano. Faltan las historias”.
En el barrio Saladillo de Rosario existe una experiencia de Cine con Vecinos, pero en ese caso, los vecinos son actores. En el caso de Seguí, relató Jacquier, “los participantes se inscribieron para actuar. Cuando se habla de un Taller de Cine, enseguida se piensa en lo que se ve. Nuestra idea era darles la herramientas para que pudieran cumplir todos los roles que no se ven. No fue fácil romper ciertos prejuicios, pero al final la gente entendió y se plegó a la propuesta. Es indispensable que entiendan que las tareas detrás de cámara trascienden lo técnico, que son tareas creativas que exigen resolver dificultades y estimulan al trabajo en equipo, algo que, en definitiva, es lo único que posibilita que una producción llegue a destino. Algunos estuvieron delante de cámara, otros detrás, pero todos vieron cómo funcionaba todo, todos participaron, de una u otra manera, en cada etapa y en cada rol. Al segundo año, ya teníamos expertos en algunas áreas –no exagero–, y al tercero algunos hasta decidieron probar roles nuevos, para variar la perspectiva. Y el mayor temor enseguida se disipó: aún cuando la mayoría de los talleristas eran menores de edad, todos demostraron un respeto por los procesos de trabajo y una paciencia hacia los tiempos de producción realmente envidiables. Y si estimulás el respeto y la paciencia con tareas creativas y les sumás algo de coordinación –que no tanta–, el resto sale solo”.
Fuente: Universidad Abierta Interamericana
La característica particular fue que no hubo expertos, sino que un grupo de personas sin experiencia ni conocimientos teóricos previos de lenguaje cinematográfico y en el lapso efímero de de 48 horas llevaron todos los roles que entran en juego en una compleja producción audiovisual: desde el guión hasta la exhibición.
La propuesta fue exitosa y se repitió en los dos años siguientes, cada vez con más convocatoria y mayores expectativas. Ahora llega el turno de Rosario, ya que el viernes 20 de marzo, a las 16.30, Augusto Jacquier defenderá su tesis, mostrará su experiencia, buscará su título de grado; pero tratará de demostrar que el público no sólo puede consumir cine; sino apropiarse de los códigos que parecen terreno exclusivo de los expertos.
“Nosotros no elegimos la idea sino que ella nos eligió a nosotros. Gervasio Viola, oriundo de Seguí, fue contactado por los organizadores de la muestra de ‘El Arte con la Gente’, un encuentro en el que se dieron a lugar muestras de fotografía y pintura, música, actuación y danza, y básicamente él accedió y me convocó para que lo coordináramos juntos”, cuenta Jacquier.
El alumno de la UAI, agrega que “a partir de ahí, sí comenzamos a encargarnos nosotros, viendo qué contenidos eran los más adecuados para un grupo de personas sin experiencia ni conocimientos de lenguaje audiovisual, y recién entonces nos apropiamos del proyecto y pusimos manos a la obra. Se plantearon dos objetivos: no utilizar como referencia ninguna otra experiencia similar y atravesar todas las etapas: producción, pre, rodaje y pos, en ese día y medio de taller”.
Augusto Jacquier, de notable experiencia en el medio local, mientras se prepara para mudarse a Australia, contó los alcances de su tesis. Desde su experiencia “la gente tiene toda la potencialidad para hacer cine. De repente uno cae en la cuenta de que el cine es esa masa de información vastísima, monstruosa, que funciona casi por completo a nivel intuitivo, porque crecimos en una realidad construida a partir del discurso audiovisual, porque leemos, hablamos y pensamos en imágenes. Entonces, cuando llevás una propuesta como ésta a un lugar en el que se tiene un contacto tan escaso con las formas de producir todo eso que ellos consumen –entendido como aprendizaje cultural–, no hace falta mucho para llenar las filas y ponerse a trabajar. Y no sólo eso: cuando la gente tiene buena voluntad y el ámbito de trabajo es tan controlable –cuanto más chico es el pueblo, más fácil es echar mano de sus recursos–, todo funciona mejor, es más fácil coordinar los esfuerzos y los resultados son, por lo general, tanto más efectivos. Para poner un ejemplo: en el primer taller (2006), se necesitaba una sala velatoria para grabar. En media hora teníamos las dos salas del pueblo a nuestra disposición, y hasta nos dieron la opción de elegir el ataúd que mejor nos sentara. Trasladar este ejemplo a una ciudad como Rosario y esperar los mismos resultados –en posibilidades y tiempo– raya el absurdo. Si el proyecto es estimulante, la gente se suma de buena gana y la producción se hace posible. Y si la gente está, los recursos también, tarde o temprano. Faltan las historias”.
En el barrio Saladillo de Rosario existe una experiencia de Cine con Vecinos, pero en ese caso, los vecinos son actores. En el caso de Seguí, relató Jacquier, “los participantes se inscribieron para actuar. Cuando se habla de un Taller de Cine, enseguida se piensa en lo que se ve. Nuestra idea era darles la herramientas para que pudieran cumplir todos los roles que no se ven. No fue fácil romper ciertos prejuicios, pero al final la gente entendió y se plegó a la propuesta. Es indispensable que entiendan que las tareas detrás de cámara trascienden lo técnico, que son tareas creativas que exigen resolver dificultades y estimulan al trabajo en equipo, algo que, en definitiva, es lo único que posibilita que una producción llegue a destino. Algunos estuvieron delante de cámara, otros detrás, pero todos vieron cómo funcionaba todo, todos participaron, de una u otra manera, en cada etapa y en cada rol. Al segundo año, ya teníamos expertos en algunas áreas –no exagero–, y al tercero algunos hasta decidieron probar roles nuevos, para variar la perspectiva. Y el mayor temor enseguida se disipó: aún cuando la mayoría de los talleristas eran menores de edad, todos demostraron un respeto por los procesos de trabajo y una paciencia hacia los tiempos de producción realmente envidiables. Y si estimulás el respeto y la paciencia con tareas creativas y les sumás algo de coordinación –que no tanta–, el resto sale solo”.
Fuente: Universidad Abierta Interamericana


