Adrián habla. No para de hablar. Le habla a su psicólogo, le habla a su mujer, le habla al público, se habla a sí mismo. Cada dos palabras la menciona a Laura, su esposa, con quien lleva más de diez años casado y tiene un hijo. Todo lo que le pasa tiene que ver con ella, no puede estructurar su pensamiento si no la tiene como opuesto, cree que ella es la causa de todos sus males, que el amor que se tenían se convirtió en algo monstruoso. Sin embargo, la conexión con ella es demasiado fuerte como para pensar en tomar caminos separados. Su psicólogo se lo explica y él lo entiende, pero se siente frustrado y asegura que no hay nada que pueda hacer al respecto: no puede vivir con su mujer pero tampoco sin ella.

Ella en mi cabeza, obra teatral que se presenta este fin de semana en el Astengo y marca el debut como autor teatral de Oscar Martínez, es una entretenida comedia dramática sobre la crisis existencial y de pareja de un hombre maduro. Es verdad que son temas que, quizás, fueron abordados con demasiada frecuencia en el teatro actual y de los cuales difícilmente se extraiga algo nuevo, pero al menos en esta versión son presentados con una buena dosis de humor y reflexión. En el protagónico se destaca Julio Chávez, quien ofrece una magistral actuación en un rol complicado, acompañado por Juan Leyrado y Natalia Lobo, dos artistas con recorridos muy diferentes pero que resultan ideales en los roles propuestos.

Con poca escenografía, leves cambios de vestuario e imperceptibles movimientos de luces, Ella en mi cabeza sostiene su propuesta casi exclusivamente en el diálogo de los personajes. Ya desde su monólogo inicial, Chávez se pone al público en el bolsillo. Imposible no querer, y al mismo tiempo no odiar, a Adrián, su personaje. La dualidad que siente el protagonista hacia su mujer se reproduce en la relación que la platea mantiene con el protagonista. Tan complicado, tan cerrado, tan neurótico, tan humano. Con tantos vaivenes en su vida, en su forma de pensar, con tantos traumas y tanta cosa no resuelta. De a ratos, su discurso interminable causa risa, pero en otros momentos Adrián invita a la reflexión. Las intervenciones de su mujer y su psicólogo son funcionales a lo que él relata, se meten en su discurso como interrupciones entre corchetes para después dejarlo volver a su interminable hablar.

"Esta comedia explora el mundo interno de un ser atribulado, y nos invita a asomarnos a esa región en la que bullen sus tribulaciones; a las entrañas de su propio volcán", asegura Martínez sobre su obra. Y algo de verdad hay en sus palabras. Ella en mi cabeza ofrece al espectador un viaje a la locura (tan cotidiana como extraña) de Adrián. Pero ante ese discurso, en apariencia ajeno, el espectador cae en la tentación de reflejarse. Es que, en el fondo, la locura de Adrián es la que todos tenemos (un poco) cuando nos descubrimos hablando solos.