"Ahora no me vengan a decir que no hay cambio climático". Cuando la pedrada ya había pasado, en medio de la angustia de un grupo de vecinos por los destrozos en el edificio y la preocupación por los que no aparecían, Maxi intentaba poner un poco de humor. Pero nadie se reía. Es que la conmoción era un sentimiento colectivo: de los que arrastraban sus pies entre las ramas y las hojas caídas sin saber si era Rosario o Kosovo, de los que iban con sus autos sin parabrisas rumbo al vidriero, de los que habían sufrido el golpe de las piedras en su humanidad.

Sí, Rosario parecía una ciudad bombardeada. "La ciudad está en emergencia", decía la radio. Y en la gente eso se hizo carne.

Lo sintieron, por ejemplo, los chicos del pasillo de Dorrego al 700 que salieron a ver de qué se trataba y cuando abrieron la puerta vieron cómo una mujer, con la cabeza ensangrentada, se lanzaba adentro. No, no había posibilidad de comunicarse con servicios de emergencia, así que la atendieron ellos hasta que pasó el vendaval y la acompañaron a un sanatorio a la vuelta.

Lo sintieron en las escuelas, que las agarró justo a la hora de salida del turno tarde. Sí, claro, los chicos se angustiaron y encima, en muchos casos, se inundaron los establecimientos.

Lo sintieron, claro, los que estaban en ese momento en la calle y debieron guareserse donde pudieran –aunque fuera de cabeza ante una ventana abierta, como pasó en una escuela céntrica– . Y también los que justo en ese momento estaban manejando y, como pasó con varios policías que iban en patrulleros a atender pedidos de auxilio de los barrios, no sólo vieron cómo se destruían los vehículos sino que además sufrieron heridas por las esquirlas de los vidrios que se rompían.

Y lo sintieron, sobre todo, en los barrios precarios, en las villas, donde en muchos casos lo que perdieron fue el techo mismo y a la noche clamaban por ayuda con cortes de calles.

MIentras tanto, cuando ya caía la noche, una postal se repetía en varias esquinas: vecinos limpiando las bocas de tormenta –en algunos casos en medio de la oscuridad– para que se desagotaran casas, calles y veredas.

Así, sentimientos disímiles y a la vez compatibles se mezclaban en esta Rosario nunca vista: desesperación, angustia, dolor, solidaridad, bronca, miedo, sorpresa.

Al fin de cuentas, cada uno vivía la tragedia a su modo.