Sabrina Ferrarese

Al sur, en altamar, una fábrica produce filets de merluza con el pescado que cazan ocho pescadores en su cubierta. El Sanaragua es un barco neozelandés de unos setenta metros de eslora en el que cuarenta y cuatro personas conviven durante cien días y cien noches. A su cargo está una mujer de sólo 34 años. Se llama Julia Ruiz Moreno, es rosarina y según el sindicato de embarcados, es la única mujer que ha llegado a ser contramaestre de una embarcación.

“Estoy a cargo de llevar toda la gente adelante para que el producto salga bien, también laburo a la par de ellos y me corresponde mantener la armonía entre los marineros pero a veces se complica”. Julia habló con Rosario3.com en tierra firme, en el barrio Cristalería donde tiene su refugio, una casa que comparte con su madre, su hermana y su bebé, adonde puede amarrar cada vez que desembarca.

El trabajo de contramaestre no respeta amaneceres y lejos de cubierta donde empieza el día, Julia fiscaliza la planta procesadora de su barco factoría, donde llega el pescado fresco, que envasado, va engrosando las filas de un congelador gigante. La actividad se extiende por doce horas, a contraturno con el otro encargado –siempre un varón–, durante las cuales no para de trabajar. El resto de la jornada, lava su ropa, come, limpia el barco junto a sus compañeros y en soledad, su camarote. Escucha la radio, si el viento se lo permite, toma mate o café con los marineros, charla de “la vida” sobre cubierta cuando el cielo empieza a hacerse mar.

“Tengo que estar en todo, en que funcionen bien las máquinas o el frío, también fileteo el pescado. Por eso no uso uniforme, tan sólo un buzo al que le corto las mangas, y claro, botas de goma y gorro”, dice Ruiz Moreno, tratando de que se entienda su función. Pero no todos los días hay pesca y la rutina alcanza otros tonos, a través de actividades más relajadas. “Miramos películas en DVD, jugamos a las cartas, tratando de pasar las horas”, comenta y sonríe: “Terminamos siendo como una familia porque esos momentos te acercan más. Incluso, pasamos muchas navidades y parece mentira pero los 24 siempre hay mucho pique”, se ríe.

La brújula se orienta al sur

A los 23 años, Julia trabajaba en un comercio con su hermana cuando unas amigas la tentaron a hacer un curso en Prefectura. Más de diez años después, sabe que no podía imaginar lo que implicaba la vida entre las olas. “La primera vez que me embarqué vomité durante un mes. No me asusté pero extrañaba y pensaba “Si éste barco se hunde nadie se entera”. Me quería ir a mi casa. Después me acostumbré y estuve en muchos barcos, en algunos con el agua hasta la rodilla y con poca comida”.

El trabajo de contramaestre es como todos. “Hay cosas buenas, yo me pude comprar la casa. Pero, se deja mucho en este trabajo. Hay momentos que no se pueden volver a vivir. Yo no estuve en muchos momentos lindos de mi familia y eso es triste”. Julia se embarcará nuevamente el 12 de marzo próximo en el Sanagua. La espera altamar, donde asegura: “Siento como que el tiempo se detuviera, una especie de soledad compartida con estas cuarenta personas, como si el mundo no supiera de nosotros. Me gusta estar en el mar, abro mi ojo de buey y me gusta estar ahí pero son más los momentos difíciles que los tranquilos”.