En estos días estamos viendo cómo el gobierno de la presidente Cristina Fernández de Kirchner pone en escena dos globos de ensayo, denominados “diálogo político” y “diálogo social”.

El primero tiene el propósito de entretener y conformar a los partidos políticos que acaban de derrotar al gobierno, porque están ávidos de protagonismo mediático y les agrada ser agasajados con una tertulia en la casa de gobierno.

El segundo, en cambio pretende encontrar la manera de echar el fardo de los arduos problemas del desfinanciamiento del sector público hacia los grupos corporativos del sindicalismo peronista y del mundo empresarial adicto.

Pero eso sí, en este último caso excluyen cuidadosamente a los auténticos perjudicados por la ineptitud del propio gobierno: la Comisión de Enlace de las entidades rurales y los representantes de la cadena agroalimentaria.
Ambos diálogos, el político y el social, pueden convertirse en un acontecimiento sustancial o en una anécdota intrascendente, según cómo se desarrollen y de acuerdo con las actitudes que adopten sus participantes.

Coloquio intrascendente

Tal como se perfilan las cosas, el espectáculo presentado ante el pueblo de la república corre el riesgo de asemejarse a una corrida de toros.

Diversos rasgos los hacen parecidos. La corrida de toros se abre con el “paseíllo”, una especie de cortejo por el que desfilan pomposamente todos los personajes que van a intervenir en el drama taurino, vestidos con sus mejores luces para presumir.

Quienes participan del diálogo también comenzaron a apretarse unos con otros para dirigirse hacia la plaza del poder que es la Casa Rosada, no el Congreso de la Nación. Según la jerarquía de cada uno, comenzaron a mantener reuniones con el ministro de interior y la propia presidente.

En la corrida de toros, después que el cortejo desfila por la plaza, se abre la “puerta de toriles” para que el verdadero protagonista salga al ruedo y comience la lidia. En la arena es donde los picadores, banderilleros, ayudantes de capote y el mismo torero se enfrenten con el Miura y tratan de someterlo.

En nuestro caso, los verdaderos toros de lidia son básicamente dos:
a) un sistema impositivo salvaje que ahoga a los ciudadanos, asfixia su capacidad creadora y es la causa principal de la pobreza que se extiende por todo el país y
b) un sistema laboral repleto de inequidades que es la causa predominante de la desocupación que nos agobia, porque está diseñado sobre la base antinatural de la lucha de clases y la derrota del capital.

Ninguno de los dos sistemas han sido siquiera mencionados por los participantes del diálogo oficial por lo cual nunca serán considerados como tema del orden del día.

Si la corrida fuese acertada, los espectadores premiarán al torero y sus ayudantes con el trofeo de las orejas y el rabo del toro. Luego, el mayor honor para el torero será salir del ruedo llevado en los hombros de la multitud agradecida.

Por lo que hasta ahora parece, el público aficionado terminará abucheando a todos los integrantes de la cuadrilla, porque el diálogo amenaza convertirse en un coloquio intrascendente para seguir perdiendo un tiempo precioso del que sólo se sale con el fracaso.

Diálogo sustancial

Para ser efectivo, el diálogo tendría que transitar por tres pasos esenciales: reunirse, hablar y persuadir. Si no se reúnen no se puede hablar y si no se hablan, el diálogo no podría iniciarse. Pero al mismo tiempo se requiere que concluya con la persuasión. Que es el auténtico arte de convencer a las personas para que entiendan lo que se le está planteando, se muestren dispuestas a aceptarlo y quieran llevarlo a cabo, convencidas de que será beneficioso para el conjunto, sin exclusiones.


Estos pasos esenciales necesitan por parte de quienes dialogan, varias condiciones básicas: obrar de buena fe, excluir la polémica ofensiva y hacer el esfuerzo para descubrir los elementos de verdad que pueden haber en las opiniones ajenas.

Para que haya diálogo sustancial es necesario escuchar al otro, oír lo que dice su corazón y comprender sus razones cuanto sea posible, aceptando todo lo que sea justo y conforme a la verdad sin tapujos ni subterfugios.
El clima del diálogo no puede fluir en medio de la polémica o la falsedad. Tiene que estar imbuido por la amistad y el espíritu de servicio. Sólo así se consigue que el diálogo no termine en un coloquio intrascendente.

Condiciones del diálogo

El diálogo es un arte fundamental para la comunicación entre personas de buena voluntad. Pero requiere cinco condiciones básicas.

1º La claridad en la convocatoria y en la exposición para que el pensamiento de quienes participen sea inteligible y el diálogo discurra como un intercambio de ideas, invitando al ejercicio de las facultades superiores del hombre, que no son precisamente sus odios y sus pasiones.

2º La afabilidad consiste en el respeto recíproco que evita la polémica y trata de ser agradable en la conversación. En el diálogo no sirve para tener razón, sino para encontrar la verdad. Por eso no es orgulloso, ni hiriente, ni ofensivo. Su autoridad no surge de la prepotencia ni de la imposición, sino de la simpatía que irradian quienes lo integran y el ejemplo que proponen. Evita los modos violentos, es pacífico, paciente y generoso.

3 º La búsqueda de la verdad como un bien supremo que está por encima de las propias conveniencias y de los intereses mezquinos. Por eso requiere generosidad y grandeza de espíritu.
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4º La confianza en el valor de la propia palabra tanto como en la disposición para acogerla por parte del interlocutor, lo cual precisa de transparencia sin doblez, un clima de amistad y la exclusión de todo propósito egoísta.

5º La humildad para saber escuchar y la prudencia pedagógica que tiene muy en cuenta las condiciones psicológicas y morales de quien oye. Esa humildad significa saber adaptarse pacientemente al interlocutor, teniendo en cuenta su sensibilidad, evitando las ironías y todo aquello que resulte molesto o inadmisible.

En manos de la presidente Cristina, del ministro de Interior, del Jefe de Gabinete, de los partidos políticos, de las entidades empresarias y sindicales convocadas y excluidas, depende que este diálogo no sea un nuevo pasatiempo intrascendente sino el comienzo de un camino sustancial para que Argentina vuelva a ser un país culto, civilizado, amigable y respetuoso de los derechos y garantías individuales.