Nada que ver con otros años. Los vendedores ambulantes saben de qué se trata y la mayoría coincidió en que este 20 de junio vino poca gente al Monumento. Aunque las cifras oficiales hablaban de 4 mil almas, al menos, no se palpaban en los bolsillos de quienes agitaban churros, cafecitos, aviones, praliné y banderitas para hacerse unos mangos extras.

Las causas, analizaron, fueron múltiples. Desde la ausencia de Cristina Fernández de Kirchner en el palco, el frío y la llovizna constante hasta la crisis financiera internacional pudieron alterar el resultado que esperaban más satisfactorio. Como el caso de los hermanos Mariano y Sebastián quienes junto a su tío Antonio cada año buscan unos pesos que engruesen el sueldo de junio con la venta de banderines.

Sebastián tiene 32 años y es trabajador metalúrgico. Pero jamás se pierde la oportunidad de unos pesos de más en el día patrio. “Todos los años venimos a changuear pero está duro, no se vende”, se lamentó encogido de hombros. Al lado, se abría paso “Lopecito”, un jubilado de 70 años que vende avioncitos de tergopol por todo el país. Para él las ventas no fueron tan malas y se notó porque durante el desfile, muchos uniformados debieron enfrentar, sin reírse, las piolas que se enredaban por el viento entre las botas estáticas.

Daniel fue al patio Cívico a vender café y tortas fritas. Aunque el clima estuvo de su lado, el saldo fue negativo. Recostado sobre la bicicleta señaló: “Este año hay más vendedores que nunca y encima Cristina no vino. Para colmo no es feriado. Si viniera “ella” muchos más se acercarían pero ni se asoma por acá”.

Una docena de gitanitas, parientes entre sí, pinchaban escarapelas en los sacos a cambio de una “moneda voluntaria”. Según contaron a Rosario3.com, hacen esto cada 20 de junio y a veces “hasta hemos sacado 200 pesos”, dijeron. Sin embargo, sin necesidad del, don de la videncia, aseguraron muy temprano: “Hoy no hay gente, nos conformamos con hacer 100 pesos y volver a casa”.

A quienes se los vio contentos fueron a los vendedores de paraguas. Sin conciencia de que acaban de poner en peligro los ojos de varios patriotas a su paso, ofrecían en alto la preciada mercadería. “Mirá que es el de los grandes, te lo dejo a quince pesos”, le dijo uno de ellos a un hombre que trataba de protegerse de la llovizna que, cerca de las 11 de la mañana, se puso insistente.

Pero ni el frío inesperado que comenzó a apretar a media mañana, ni el agua que golpeaba las palmas batientes, aflojaron la billetera. Las ventas, en fin, tendrán que esperar al año que viene.