Nadie, absolutamente nadie está a favor del aborto, a no ser que padezca alguna patología delictiva.
Todos los seres vivos, normales, estamos por la vida de una u otra forma.

Hecha la aclaración, quiero enfocar este desdichado tema desde su realidad.

Como obstetra me ha tocado escuchar cientos de veces los lloros de las mujeres que por un lado querían interrumpir un embarazo no deseado, pero por instinto apostaban por la vida de un hijo, sintiéndose así sumamente culpables y desbordadas por motivos fuertes, poderosos. Sintetizando, puedo recordar que decían que la vida se les volvía en su contra ante esa gestación inoportuna. Por lo que fuera, como fuera.

A muy pocas de ellas logré convencerlas de la continuidad. Como obstetra y como madre.
Cuando la mujer resuelve interrumpir la maternidad sufre horrores, mas si está resuelta nada la detiene, ni la ley ni el temor a perder su propia vida, porque en lugares clandestinos, sabe que ese es el riesgo que corre.
Por ello aunque el aborto no esté legalizado no deja de realizarse.

Todos sabemos que las estadísticas dicen que en nuestro país se hacen más de 500 mil por año. Si mis cálculos no fallan son alrededor de 1300 abortos por día. Y no ignoramos la mortalidad elevadísima de mujeres en edad fértil por ese motivo.

En resumen, esa es la realidad a la que quiero referirme.

Veo por los medios la preocupación de la justicia y de los médicos por resolver el embarazo producido por una violación a una joven discapacitada.

Me reconforta saber que el tema les atrapa la atención. Se dedican. Resuelven. Del otro tema, el que tienen a la vuelta de la esquina, el que planteo casi con desesperación ¿Quién se ocupa?

Sé que es difícil, que es mundial, y legendario.

Pero siempre me gana el optimismo, creo que entre todos, si tomamos la cuestión con la seriedad que merece, y logramos que se apliquen políticas de salud y educación convenientes, encontraremos de a poco una salida.

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