La pandemia de enfermedad cardiovascular, y lo que es más importante, la creciente tasa de muertes anuales por este tipo de enfermedades, podrían reducirse drásticamente con un simple cambio en nuestros hábitos alimenticios. Es decir, comiendo más sano, descartando todas las grasas nocivas para nuestro organismo –las grasas saturadas, así como los carbohidratos refinados– y aumentando nuestro consumo de grasas poliinsaturadas –como los ácidos grasos omega-3 y omega-6–. No en vano, este cambio en nuestra conducta dietética permitiría, como concluye un estudio llevado a cabo por investigadores de dietético la Escuela de Ciencia y Política Nutricional Gerald J. y Dorothy R. Friedman de la Universidad Tufts en Boston (EE.UU.), que cada año se salvaran cientos de miles de vidas.

Como explica Dariush Mozaffarian, director de esta investigación publicada en la revista «Journal of the American Heart Association», «a día de hoy, los decisores políticos de todo el mundo han centrado sus esfuerzos en reducir las grasas saturadas. Sin embargo, el aumento del consumo de grasas poliinsaturadas en sustitución de las saturadas y los carbohidratos refinados, así como la reducción de las grasas ‘trans’, tendría un impacto mucho mayor sobre la tasa de mortalidad cardiovascular».

La cuestión está en la grasa

Las grasas poliinsaturadas ayudan a reducir los niveles de colesterol malo en sangre, lo que conlleva una disminución del riego de infarto e ictus. Además,los aceites ricos en grasas poliinsaturadas también proporcionan las grasas esenciales para el organismo. Y este tipo de grasas, ¿dónde se encuentran? Pues en numerosos aceites vegetales –como el aceite de maíz o de girasol–, en los frutos secos y en el pescado azul –como el salmón, la trucha o la caballa.

Por el contrario, las grasas saturadas, y dentro de estas, y muy especialmente, las grasas trans, aumentan los niveles de colesterol malo y, por tanto, el riesgo de infarto e ictus, diabetes y obesidad. Unas grasas trans que se encuentran fundamentalmente en los alimentos procesados, frituras y bollería industrial.

Asimismo, los carbohidratos refinados, que como alertan los autores, «se digieren rápidamente causando una elevación de los azúcares en sangre y son muy pobre desde un punto de vista nutritivo», se encuentran en los alimentos y bebidas azucarados –como los refrescos.

Alimentación inadecuada

A día de hoy se han desarrollado numerosos estudios en los que se ha constatado, por un lado, el beneficio asociado al consumo de grasas poliinsaturadas y, por otro, el perjuicio del resto de grasas. Sin embargo, este es el primer estudio que compara de una manera rigurosa la carga de enfermedad cardiovascular global generada por el bajo consumo de grasas poliinsaturadas y por la presencia excesiva de grasas saturadas en la dieta.

Concretamente, los autores calcularon la cifra de muertes anuales asociadas a los distintos patrones de consumo de grasas. Y para ello, emplearon tanto la información sobre los hábitos dietéticos de 186 países como los hallazgos de numerosas investigaciones previas sobre la relación entre alimentación y riesgo cardiovascular.

De acuerdo con los resultados, en el año 2010 se produjeron un total de 711.800 muertes cardiovasculares en todo el mundo como consecuencia del bajo consumo de ácidos grasos omega-6-poliinsaturados –grasas ‘saludables’ que se encuentran en, por ejemplo, los aceites vegetales–. O lo que es lo mismo, por el exceso de consumo de grasas saturadas –responsables de 250.900 muertes– y de carbohidratos refinados –460.900 decesos.

En este contexto, como apuntan los autores, «estas 711.800 muertes suponen el 10,3% de todos los decesos globales por enfermedad cardiovascular. El principal punto de mejora sería sustituir el consumo de carbohidratos refinados por el de grasas omega-6-poliinsaturadas».

Además, en 2010 se contabilizaron también 537.000 muertes –esto es, el 7,7% de todos los decesos globales por enfermedad cardiovascular– debido al exceso en el consumo de grasas trans.

Cada país es un mundo

Entonces, la solución está clara: menos grasas saturadas y más grasas poliinsaturadas. Pero este concepto, si bien simple, no parece haberse adoptado en igual medida en todas las zonas del mundo.

Como recuerda Dariush Mozaffarian, «existe la idea generalizada de que las grasas trans son un problema exclusivo de los países ricos, básicamente por la popularidad de los alimentos procesados y de la comida basura. Pero en muchos países en vías de medianos y bajos ingresos, como son India y muchas naciones de Oriente Próximo, también encontramos este problema. Además, y como consecuencia de las actuales políticas de salud pública, las muertes atribuibles a las grasas trans están bajando en el mundo occidental. Pero no así en los países de bajos y medianos ingresos, en los que esta tasa de muerte parece estar creciendo, confiriendo al problema una dimensión global».

Por ejemplo, los autores exponen el caso de Ucrania, país del mundo con mayor índice de muertes atribuibles al bajo consumo de ácidos grasos omega-6-poliinsaturados.

Sea como fuere, concluye Dariush Mozaffarian, «nuestros hallazgos resultan de gran interés tanto para el público general como para los decisores políticos en todo el mundo. Tal es así que deberían ayudar a que los países establecieran sus prioridades nutricionales para combatir la pandemia de enfermedad cardiovascular».