El "Botox" (botulin toxin) es un éxito en la Argentina donde su consumo aumentó en un 40 % el año pasado. La tendencia mundial a la utilización de la toxina para paliar el paso del tiempo en el rostro parece no hacer foco en los riesgos que acarrea su aplicación por manos inexpertas.
Párpados caídos, visión doble, cefaleas, labios deformados, problemas para hablar, tragar o pronunciar ciertas letras son algunas de las consecuencias enumeradas en un informe publicado este domingo por el diario Clarín.
A pesar de que este producto que ya enfrentó juicios y que la FDA (la Administración de Alimentos y Medicinas de los Estados Unidos) se tomó el trabajo de advertir sobre su uso al asociarla a algunas muertes y otros graves efectos secundarios similares a los del botulismo, más y más argentinos se inclinan a “una refrescadita” de cara de vez en cuando.
Consultados por este diario, varios especialistas explicaron que las muertes y los efectos más negativos de la droga no tienen que ver con su uso cosmético. Es que la toxina botulínica bloquea los impulsos nerviosos a los músculos, haciendo que se relajen. De allí que se use en casos de parálisis cerebral. Pero en la estética, dicen los médicos, las cantidades de toxina usadas son mínimas, y no hay riesgos definitivos.
"Lo bueno del Botox es que si a alguien no le gusta el resultado, a los tres meses se le va. Lo malo es que si a alguien le gusta, a los tres meses tiene que volver a pagar el tratamiento", bromea Jorge Patané, jefe del servicio de cirugía plástica del Hospital Fernández. Así grafica que hasta el peor de los resultados estéticos se arregla al irse el efecto de la toxina. ¿Y por qué ocurren los efectos no deseados? Pasa que la toxina a veces se expande más allá del área en que se aplicó la inyección, y aparecen los problemas en la vista, la boca, la garganta.
"La toxina es un producto muy noble. Y si el tratamiento está bien hecho no es riesgoso. Las complicaciones aparecen cuando no es buena la técnica en la aplicación, o hay exceso en la dosis", explica Juan Carlos Seiler, ex presidente de la Sociedad de Cirujanos Plásticos de Buenos Aires.
Y desliza que a veces ocurre que "cualquiera" aplica la toxina. "Lo ideal es que lo haga un cirujano, porque es quien más conoce de anatomía y de movimientos de músculos faciales, pero si lo hace un dermatólogo con experiencia, no hay inconveniente".
Párpados caídos, visión doble, cefaleas, labios deformados, problemas para hablar, tragar o pronunciar ciertas letras son algunas de las consecuencias enumeradas en un informe publicado este domingo por el diario Clarín.
A pesar de que este producto que ya enfrentó juicios y que la FDA (la Administración de Alimentos y Medicinas de los Estados Unidos) se tomó el trabajo de advertir sobre su uso al asociarla a algunas muertes y otros graves efectos secundarios similares a los del botulismo, más y más argentinos se inclinan a “una refrescadita” de cara de vez en cuando.
Consultados por este diario, varios especialistas explicaron que las muertes y los efectos más negativos de la droga no tienen que ver con su uso cosmético. Es que la toxina botulínica bloquea los impulsos nerviosos a los músculos, haciendo que se relajen. De allí que se use en casos de parálisis cerebral. Pero en la estética, dicen los médicos, las cantidades de toxina usadas son mínimas, y no hay riesgos definitivos.
"Lo bueno del Botox es que si a alguien no le gusta el resultado, a los tres meses se le va. Lo malo es que si a alguien le gusta, a los tres meses tiene que volver a pagar el tratamiento", bromea Jorge Patané, jefe del servicio de cirugía plástica del Hospital Fernández. Así grafica que hasta el peor de los resultados estéticos se arregla al irse el efecto de la toxina. ¿Y por qué ocurren los efectos no deseados? Pasa que la toxina a veces se expande más allá del área en que se aplicó la inyección, y aparecen los problemas en la vista, la boca, la garganta.
"La toxina es un producto muy noble. Y si el tratamiento está bien hecho no es riesgoso. Las complicaciones aparecen cuando no es buena la técnica en la aplicación, o hay exceso en la dosis", explica Juan Carlos Seiler, ex presidente de la Sociedad de Cirujanos Plásticos de Buenos Aires.
Y desliza que a veces ocurre que "cualquiera" aplica la toxina. "Lo ideal es que lo haga un cirujano, porque es quien más conoce de anatomía y de movimientos de músculos faciales, pero si lo hace un dermatólogo con experiencia, no hay inconveniente".


