"Decime Peluca, Peluquita”, dice el taxista con sus rulos celeste y blanco artificiales a las 13 de este miércoles, cuando el partido Argentina-Nigeria se inicia. Sus pasajeras, dos mujeres, lo miran con una sonrisa un poco divertida y un poco asustada (esa persona es antes que nada su chofer). Él es una de las personas que trabaja en la calle cuando todos se encierran para ver el juego.

Pasaron unos pocos minutos del comienzo del encuentro y ya se escucha, acá, más allá: "Gol, gol". “Vamos, vamos, vamos, golazo”, grita "Peluquita". Suenan las bocinas. El taxista saca los brazos y grita hacia afuera. Se le suman otros, la mayoría son trabajadores del volante.

Y de repente, el estallido de alegría que invadió la avenida Presidente Perón -una muestra de lo que seguro se replicó en otras arterias del mediodía rosarino-, se apaga. La felicidad callejera sufre una muerte súbita.

El tránsito parece seguir entonces como un miércoles más. Pero no es cualquier silencio. Desde el interior de cada vehículo se proyecta el relato de las radios que llega desde Brasil. Una catarata de palabras que transmiten pura emoción. El silencio es ahora, tensión. Y en medio del tránsito, esa cosa fría e impersonal, están agazapados los conductores-hinchas, dispuestos a volver a estallar, a vivir el partido a su manera. A sumarse a la ceremonia global del Mundial que con su contagiosa pasión llega a todos los rincones.