Virginia Giacosa

El tango es más que una moda y cada vez son más lo que se suman al ritmo del dos por cuatro. Aunque la tendencia se impuso con fuerza en Buenos Aires, la ciudad de Rosario tiene su circuito propio de milongas. Según los tangueros locales la movida es independiente de lo que pasa en la gran ciudad y no se define a partir de un espejo.

Pero el baile de los dos cuerpos enlazados, más lejos o más cerca, en actitudes introspectivas y sensuales, no es sólo eso. Se convirtió desde hace un tiempo en un fenómeno de exportación.

Aunque estuvo replegado durante varias décadas, desde sus remotos orígenes de arrabal, tuvo una creciente expansión social a comienzos del siglo XX y una exportación exitosa a Europa que volvió a florecer en los últimos tiempos.

Bailarines, músicos, profesores de tango, fileteadores, organizadores de milonga y fabricantes de zapatos viajan a desarrollar su técnica al exterior o bien producen desde Rosario para el mundo.

Es el caso de Laura, una rosarina, bailarina de tango y profesora, que desde hace unos años se radicó en Munich, Alemania. En lo de Laura se llama la milonga que inauguró allá y que reúne a gran cantidad de alemanes que no sólo se atraen por el baile sino que con el tiempo se entusiasman con realizar un tour tanguero argentino.

Un buen comienzo para hacer un circuito en Rosario puede arrancar entrada la tarde del domingo en la zona de la Feria Retro La Huella donde las parejas de tango acompañadas por un par de instrumentos invitan a una milonga improvisada en la calle cada fin de semana.

Para bailar, tomar unos tragos y algunas clases, si uno es principiante en los cortes y quebradas, se puede hacer una parada en El Hornero, de Juan Manuel de Rosas 1147, o en El Levante, de Richieri 122, los viernes desde las 23. Los sábados a las 22.00 Flor de Chirusas, en Café de la Flor Mendoza 862, y los martes a las 22.30 abre las puertas Las Chirusas, en avenida Rivadavia 2455, están abiertas desde las 22.30.

Si la intención es tratar de lucirse en la pista, sacándole viruta al piso, Bottier –avenida Pellegrini 859– es el único lugar que en la ciudad se dedica a la confección de zapatos a medida para bailar tango.

En francés, el idioma en qué Carlos Gardel hizo famoso al tango, el zapatero se llamaba bottier. Siguiendo una tradición familiar que se remonta a 1950, Jorge y Mari decidieron reflotar la confección de los zapatos hecha por artesanos. “Vestimos a los tangueros de pies a cabeza, diseñamos desde zapatos hasta sombreros, vestidos y accesorios”, cuentan.

Y como si trataran de reforzar aquello del valor agregado del tango como un producto refuerzan: “Trabajamos dedicados no sólo a los tangueros, bailarines y artistas nacionales sino también para los extranjeros”.