La encrucijada que enfrentaremos los santafesinos el próximo 2 de septiembre se debate entre un voto conservador, que valora los logros y trayectoria de un partido que supo mantener el poder desde la vuelta de la democracia, sin interrupciones; y un voto de confianza a una fuerza que si bien ha tenido experiencias ejecutivas a nivel municipal no ha demostrado todavía su capacidad de gestión a nivel provincial.
El socialismo va por la gran oportunidad, si no debuta Binner, en este tercer intento, como el primer gobernador socialista de la historia de la República, solo quedarán las espinas de la rosa que estaba a punto de florecer por estas tierras húmedas de nuestra provincia. Estas espinas de las luchas políticas intestinas solo se disimulan con la aglutinación que produce el máximo elector socialista.
Por el lado del justicialismo se evoca a un “continuidad del cambio” intentado subir al tren de Cristina para seducir a los electores conservadores que ven en los líderes peronistas esa capacidad de adaptación y liderazgo tan propia de sus dirigentes. Si bien Bielsa se presenta como la cara renovada del riñón justicialista, que pudo heredar del gran elector que cautivó con su extrapartidismo automovilístico, no aperece como un impoluto de la política, sino que quiere capitalizar su experiencia en diferentes partidos y cargos públicos.
La gobernabilidad de la provincia es un tema de agenda, al menos relevado por la prensa, y no es un tema menor. En una provincia donde los fantasmas de los saqueos del 89 y 2001 que sucumbieron a gobiernos nacionales (precisamente no justicialistas), todavía revolotean entre los electores que alguna vez confiaron en la Alianza. No será sencillo para un gobierno socialista administrar un Estado provincial donde las burocracias son deudoras de favores de administraciones justicialistas, y donde, al menos en la Cámara alta, deberá asumir una posición de franca debilidad política.
La buena relación con el presidente Kirchner pretende ser utilizada como un capital para asegurar la gobernabilidad. Pero la realidad fue abrumadora, y si algunos pretendían mostrar la foto con Néstor y Cristina, en pocas semanas, en un derrotero inimaginable por los pingüinos de pura cepa, esas fotos quedaron en los cajones, junto a las de Menem y De la Rua, esperando que pase el huracán de denuncias de corrupción que afectan a hombres cercanos al gobierno.
Sin propuestas y debates de fondo todo gira en torno a imágenes que intentan representar lo nuevo, el cambio, la continuidad del cambio, el crecimiento, pero para nada esas imágenes que percibimos deben representar “más de lo mismo”. Pero la dirigencia no parece, en definitiva, haberse depurado luego de las asambleas barriales del 2001, que pedían a gritos reforma política, del régimen de partidos, etc.
Lo único que se cambió, y nadie sabe claramente con que resultado, fue la ley de lemas. ¿La nueva ley mejoró la oferta de candidatos, le dio más claridad al electorado, permitió un debate al interior de los partidos para que nuevas generaciones aporten sus ideas? Sólo sirvió para solucionar un problema interno de los partidos, que evadían las disputas internas con la ley de lemas y ahora se la trasladaron a toda la población, sin poder acceder más que a los candidatos que postulan arbitrariamente cada partido.
Sea cual fuere el resultado del 2 de septiembre, lo único que todos sabemos, es que no queremos más de lo mismo, que queremos políticas públicas planificadas que terminen con la pobreza, que aporten seguridad, que mejoren la distribución de la riqueza, que den seguridad jurídica, que defiendan los intereses de todos los santafesino ante el estado nacional, entre otras cuestiones.
Cambiar es en buena medida, cambiar de caras y si de cambio se trata, lo que es seguro es que no queremos un debut o unas bodas de plata con más de lo mismo.