Una vez más es necesario pensar la escuela, esa institución que nos atraviesa - o nos ha atravesado alguna vez- a todos. En primer lugar identificar a quienes la habitan, esos sujetos con sus propias historias a cuestas, enmarcadas en contextos diferentes, y quienes día a día intentan aprender o, al menos, no fracasar en ella.

A su vez, se torna necesario pensar la escuela como un espacio de enseñanza y aprendizaje, pero también de escucha, de reconocimiento de las particularidades y diferencias individuales. Y, por último, reconocer las características de la época, esas que hacen que nuestros estudiantes tengan un recorrido tan distinto al nuestro que nos hace dudar de nuestras propias concepciones.

Y, como si esto fuera poco, es necesario reconocer la importancia de las Tecnologías de información y comunicación (TIC), las cuales han hecho su entrada triunfal en la escuela sin mayor permiso que el de los más jóvenes, quienes llevan en sus bolsillos dispositivos tecnológicos que les permiten ir y venir o salir y entrar del aula sin la autorización requerida como en otro momento histórico de la escuela.

Ante tal situación, ¿qué hacemos los adultos?, ¿Cómo nos “plantamos” los docentes en los espacios educativos que hasta hace poco eran patrimonio propio de profesores y maestros?

Interpelar algunas representaciones sociales acerca de los jóvenes, aquellas que han cimentado en nuestras vidas, será necesario para volver a crear otras que los consideren ciudadanos activos, personas trabajadoras, sujetos políticos y/ o futuros profesionales. Esto nos permitirá reconocer en ellos singularidades y peculiaridades de sus historias personales que ayudarán a romper estereotipos rígidos tan comunes en la sociedad de hoy.

Pero sólo eso no alcanza. Romper con el imaginario colectivo acerca de los jóvenes es sólo el puntapié inicial para provocar cambios al interior del sistema educativo. No obstante ello, incluir las TIC en la clase será el comienzo del verdadero partido, el momento clave para que los estudiantes y los profesores logremos comenzar el juego educativo, en el cual los procesos de enseñanza y aprendizajes logren imbricarse entre sí y los protagonistas comencemos a darle otro sentido a la escuela, la cual pareciera no poder cambiar jamás.

Nuevos sujetos, diferentes contextos, algunos dispositivos nuevos, sumados a los ya conocidos, sólo serán el escenario para otras maneras de estar en el aula. Sólo se necesita capacitación y formación docentes acordes y estrategias adecuadas para la integración de las TIC. Y, si bien es un compromiso más que se nos exige al docente, es una responsabilidad que nos cabe como tal.

Trabajar con casos- problema, con proyectos, colectivamente y en red, son algunas de las propuestas que se presentan en este libro. No se trata de usar la computadora en el aula porque sí, de manera espasmódica, porque está de moda; sino de reflexionar acerca de su uso, de sacarle rédito a las redes sociales y de gestionar la información a fin de cuestionar viejos paradigmas. Cada uno desde su propia disciplina, podrá planificar y proponer diferentes estrategias a fin de enseñar y aprender.

La tensión que generan los tiempos digitales en las escuelas de hoy, las cuales se resisten a cambiar, podrá dejarnos inmóviles y espectadores de una realidad que nos supera o podrá encontrarnos a los docentes como protagonistas de nuestras propias prácticas.

Buscar no sólo el qué enseñar, sino el cómo, indagar acerca de los recursos digitales que se encuentran disponibles, dialogar con los estudiantes; esto es hablar y escuchar en el aula, y abrirnos a aprender con ellos, será, sin dudas, el momento culmine del acto educativo.

Las escuelas de hoy, habitadas por sujetos reales, deben romper con el tiempo lineal y aprovechar los tiempos digitales para favorecer no sólo la enseñanza, sino también el aprendizaje. Este es el desafío real y actual de una institución que deja una traza muy fuerte en cada uno de sus actores, traza fundamental que necesita ser respetada y significada.