En los albores de la humanidad encontramos la figura omnipresente de la partera, colaborando con la mujer en el acto trascendente de parir.
En la noche oscura de la edad media, su actitud práctica contribuyó sin dudas, a salvaguardar vidas de madres parturientas y bebés.
Ya en el siglo XIX la descubrimos estudiando al lado de los médicos, agregándole conocimientos científicos a su práctica incansablemente sabia.
El mundo recurre a ella extasiado. Las abuelas atesoran su imagen por siempre. Queda grabada en la historia de familias en sus momentos más trascendentes.
Suma su avance al de la ciencia. La vemos concurriendo a la universidad por décadas, logrando orgullosa su título universitario.
Su esencia, su valiosa esencia, queda intacta a través del tiempo.
Sabe que puede contribuir al arribo de un nacimiento natural y allí se queda durante duras y larguísimas horas de vigilia, conduciendo, dirigiendo, conteniendo, esperando, permitiendo que la mujer pueda brindarse a si misma, un parto normal.
Su imagen se desdibuja cuando en muchas universidades del País se cierra la Carrera de Obstetricia. Muchos médicos dejaron de ser sus aliados.
Sin embargo, otras autoridades apostaron a conservarla continuando con la carrera de Obstetricia en la UBA de Buenos Aires, UNLP y UNCLP de La Plata, Bahía Blanca, Resistencia, Santiago del Estero, Entre Ríos, Mendoza, Formosa, San Luis.
La partera es irremplazable. Otras profesiones intentaron ocupar su lugar sin éxito.
Sólo valientes pueden peregrinar por los hospitales públicos del país, en el ejercicio de una profesión que muchas veces carece de los elementos indispensables para una atención moderna.
En silencio, en la intimidad de su consultorio o de la sala de partos se ve obligada a “sacar de la galera” estrategias, recursos, para brindar lo mejor a la madre y al niño por nacer.
La vemos preparando a las parejas embarazadas para obtener un parto natural, dictando cursos completos para lograr que arriben a tan preciada meta.
Reclamada por los propios médicos obstetras para obtener un aumento del número de partos normales y un descenso en el número de cesáreas innecesarias.
La encontramos concurriendo a los últimos grados de las escuelas primarias brindando la información indispensable para evitar el embarazo no deseado en la adolescencia. Estudia, se eleva y perfecciona en un nivel académico que enorgullece.
Se piensa en la partera como integrante del equipo de salud, indispensable para el arribo a un parto normal.
Conocimientos, trayectoria, sabiduría, respeto a la naturaleza, se darán cita para “resucitar” esos rincones del País, que han desperdiciado injustamente el ejercicio de tan noble profesión.
Las autoridades competentes deberán comprender el error histórico cometido con las parteras y subsanarlo.
La sociedad en su conjunto debe rescatar su imagen.
Alcemos nuestros espíritus para rescatar su “legendaria figura”, no permitamos que esta sociedad siga perdiendo valores humanos esenciales para una trayectoria sana, natural, fresca.
Hagamos oír nuestras voces para aquellas que han debido luchar por décadas contra muchas injusticias: el cierre de la carrera, la discriminación de muchos médicos, y también contra algunas colegas deshonestas, que salpicaron con su quehacer transgresor, tan distinguida profesión.
Brindemosle a los jóvenes la posibilidad de un ejemplo de vida a seguir.
Todos aquellos tocados por el cosquilleo de la vocación deben encontrar las puertas abiertas para abrazar una de las profesiones más antiguas y espléndidas de la humanidad.
Edith Michelotti Obstétrica
31 de agosto “DÏA INTERNACIONAL DE LA PARTERA”


