En todo el mundo en desarrollo, las enfermedades infecciosas y crónicas desafían a más de mil millones de personas que viven en la pobreza. Los países ricos se enfrentan a sus propias dificultades cuando se ven obligados a encontrar medios para financiar la atención médica sofisticada. Para que haya avances significativos en la salud de todos, los gobiernos y organizaciones con y sin fines de lucro necesitan encontrar una forma de estimular soluciones innovadoras y revolucionarias no sólo para tratar las enfermedades existentes, sino también para mejorar la prestación de servicios de salud.

Ganadores del premio Nobel y expertos en salud hablaron sobre el asunto durante un panel en el ámbito del Festival de Pensadores titulado “Bienestar futuro: rumbo a un mundo más saludable”. “Todos formamos parte de la globalización y nos lucramos con ella. Viajamos por todo el mundo. Tenemos que involucrarnos de manera más activa en las cuestiones mundiales de salud a través de donaciones, dando consejos y también compartiendo responsabilidades”, observa Richard Ernst, ganador del Nobel de Química de 1991 y uno de los participantes del panel.

Lo más sorprendente, de acuerdo con cifras del Banco Mundial, es que la región representa sólo un 1% de los gastos en salud global. La Organización Mundial de la Salud estima que los cuidados de salud básica costarían de 35 a 40 dólares por persona en el África subsahariana, pero la mitad de toda la atención a la salud en la región lo pagan de su bolsillo pacientes extremadamente pobres. Para satisfacer inicialmente las demandas crecientes de salud sólo en esa región, son necesarias nuevas inversiones, estimadas en 25 a 30.000 millones de dólares, en hospitales, clínicas y almacenes, si es necesario.

J. Robin Warren, uno de los ganadores del Nobel de Medicina de 2005, y que también participó en el panel, advierte que los problemas globales de salud no están limitados por la geografía. Él resalta que las enfermedades infecciosas — inclusive aquellas que hoy en día son resistentes a los antibióticos tradicionales— pueden esparcirse por todos los países en esta era actual de viajes y migración por todo el mundo. Si países ricos, como EEUU, no son capaces de gestionar mejor los problemas mundiales de salud, de aquí a 50 años el mundo podría tener niveles de infección más elevados que hace 100 años, dice. “Creo que el Gobierno americano debería prepararse para comprar medicamentos y donarlos a los países pobres, ya que ellos no tienen medios para pagar los medicamentos. El Gobierno americano —por el bien del país— podría tratar más eficazmente las enfermedades. Si los países ricos ayudan a los más pobres, se estarán ayudando a sí mismos”.

Neal Nathanson, rector adjunto de salud global de la escuela de medicina de la Universidad de Pensilvania, dice que los desafíos para la salud mundial se encuadran en tres categorías principales. En primer lugar, hay problemas de dimensiones muy amplias —como es el caso de la contaminación, superpoblación y agotamiento de los recursos— que afectan a todo el planeta. Cuando falta lo básico para las personas, inclusive alimentos y agua, es muy probable que padezcan problemas de salud, destaca Nathanson.

El segundo problema es económico. Con 1.400 millones de personas viviendo con 1,25 dólares al día, según datos del Banco Mundial, la pobreza es un factor de peso en la salud mundial. “Aunque toda esa gente viva por debajo de la línea de la pobreza, el presupuesto en salud es minúsculo, y el resto de cosas que afectan a la salud será menos que óptimo”, dice Nathanson.

El obstáculo final para la mejora de la salud global es lo que Nathanson llama “desarrollo social”. Las preocupaciones de carácter no económico, como la alfabetización y los derechos de la mujer, pueden ayudar a crear los cimientos para los sistemas de salud basados en la comunidad incluso con recursos financieros limitados. “No conseguiremos sacar de la pobreza a esos millones de personas de la noche a la mañana, pero es posible hacer muchas cosas con desarrollo social. Creo que ésta es un área en que se puede intervenir y hacer algo que sea práctico y no sólo hipotético”.

Nathanson dice que aunque las instituciones multilaterales, como la Organización Mundial de Salud y las Naciones Unidas, junto con instituciones de caridad y fundaciones, estén intentando aliviar los problemas de salud de todo el mundo, siempre topan con dificultades a la hora de distribuir eficazmente los recursos que poseen. En algunos países, organizaciones bien intencionadas están trabajando sin licencias y sin coordinación. “Es todo más o menos caótico”, dice él. “No se trata sólo de recaudar dinero, sino también de usar mejor los recursos”.

En muchos casos, se dispone de la voluntad y los recursos para tratar las enfermedades en el mundo en desarrollo, pero a esos países les faltan las infraestructuras básicas. Sin carreteras, energía, agua limpia y proveedores de servicios básicos de salud —inclusive profesionales de enfermería— es simplemente imposible llevar medicamentos y tratamientos que puedan salvar vidas hasta los pacientes que los necesitan, observa Nathanson.

Marjorie Muecke, rectora adjunta de relaciones globales de salud de la escuela de enfermería de la Universidad de Pensilvania, dice que los proyectos de salud de escala mundial en el mundo en desarrollo están siempre buscando nuevos medios que permitan la mejor utilización posible de la tecnología y de los proveedores de salud de que disponen. En algunos casos, dice ella, los países están creando redes comunitarias de salud formadas por voluntarios, la mayor parte de ellos mujeres. Muchas de esas voluntarias son esposas de líderes influyentes de la comunidad en posición de hacer de la salud una cuestión prioritaria.

Las organizaciones de filantropía bien intencionadas han acabado creando dificultades para el suministro de servicios de salud a escala global, observa Muecke. Organizaciones no-gubernamentales se instalaron en muchas áreas rurales pobres y allí identificaron a personas brillantes y prometedoras. Luego, las contrataron para gestionar programas específicos. Aunque eso sea bueno para el esfuerzo individual, Muecke resalta que, con el tiempo, esa práctica lleva a una fuga de cerebros en los sistemas públicos locales y en los ministerios de salud de los gobiernos. “A largo plazo, eso crea un problema, porque frustra la capacidad del Gobierno de responsabilizarse por la promoción de la salud”.

Al mismo tiempo, sin embargo, los profesionales de salud que trabajan en países en desarrollo están descubriendo formas innovadoras de usar la tecnología y aumentar la eficiencia del personal disponible, dice Muecke. En algunas áreas, por ejemplo, los trabajadores del campo están usando cámaras del móvil para fotografiar pacientes con determinadas enfermedades enviando a continuación las fotos a médicos mejor preparados en busca de consejo para el tratamiento de salud más adecuado. “Los pobres tal vez no tengan TV u ordenador, pero tienen teléfono móvil. Necesitamos usar la tecnología de formas nuevas, para que podamos difundir el conocimiento de aquellos profesionales cuyo preparación fue costosa con el objetivo de que puedan servir a las poblaciones en áreas remotas”.

Mientras tanto, de acuerdo con Myrna Weissman, profesora de Epidemiología y Psiquiatría de la Universidad de Columbia, y miembro del panel Festival de los Pensadores, la enfermedad puede tener un fuerte impacto sobre el desarrollo económico de países donde hay poca o ninguna condición para los servicios de salud pública. La depresión es un factor importante de atraso en el mundo desarrollado, dice Weissman. Aunque sea un poco más difícil de filtrar los costos de la depresión y de la enfermedad mental en comparación con otros problemas de salud como, por ejemplo, una enfermedad infecciosa o desnutrición, su efecto es igual de debilitante.

Fuente: Universia Knowledge@Wharton