Contrario al tradicional sistema educativo influenciado por el conductismo que supone que el aprendizaje debe desarrollar solamente el plano de la racionalidad en los alumnos dejando a las emociones de lado, los nuevos modelos de educación constructivistas se basan en la noción de que las personas construyen su propia comprensión y conocimiento del mundo, atravesadas por las vivencias, emociones, cultura y procesos históricos en las que están inmersas. Además, explican que existen diversos tipos de aprendizaje y que cada uno de ellos se focaliza en competencias específicas, siendo la emocionalidad una de ellas.

Pero ¿qué es la emocionalidad y qué implica?

La emocionalidad, también conocida como Inteligencia Emocional, está definida por John Mayer y Peter Salovey como la “habilidad para percibir, valorar y expresar las emociones con exactitud; la habilidad para acceder y generar sentimientos que faciliten el pensamiento; la habilidad para entender la emoción y el conocimiento emocional; y la habilidad para regular las emociones y promover el crecimiento emocional e intelectual”. En el contexto educativo, tener desarrollada la competencia emocional facilita al docente el entendimiento de lo que los alumnos necesitan y cómo se sienten, permitiéndole orientar sus métodos de enseñanza según sus respuestas y motivaciones.

La incorporación de las emociones a la discusión pedagógica se volvió más fuerte cuando los estudios neurológicos más recientes dejaron entrever la importancia e influencia que tienen las emociones frente al aprendizaje. Mientras que algunas abren y magnifican las posibilidades de aprender nuevos conceptos, otras emociones las cierran. Por ejemplo, si un alumno siente miedo, el tiempo de concentración que tendrá sólo durará unos instantes, derivando en la distracción de su atención, y –en el mediano plazo- produciendo que el alumno se sienta inseguro de sus capacidades. En contraposición a esto, si un alumno está motivado, se siente feliz y tiene buena relación con sus compañeros y profesor, su rendimiento y concentración serán mayores, alcanzando un aprendizaje más efectivo.

Un gran factor a tener en cuenta en el proceso educativo es el clima emocional presente en el aula, puesto que tiene fuerte impacto en cuál será el rendimiento de los alumnos. En este sentido, el clima emocional se conforma de tres variables que deben integrarse entre sí para obtener resultados satisfactorios:

1) La relación del profesor con los alumnos

2) La relación entre los alumnos de la clase

3) El clima que emerge de las dos relaciones anteriores

Para poder llegar a la instancia en la que el ambiente educativo es positivo, el docente debe trabajar en sus propias competencias emocionales, no sólo porque facilita el proceso de adquirir conocimientos sino porque además contribuye a la anticipación, la evaluación y la resolución de problemas, capacidades que luego retrasmitirá en la formación de los futuros profesionales.

La emocionalidad no se trata de un conocimiento cognitivo, sino más bien experiencial y que contribuye a la vida en sociedad, permitiéndole a una persona aprender a manejar sus emociones en diferentes situaciones, transformando –por ejemplo- sentimientos negativos en actitudes positivas (como transformar el miedo de un alumno en interés). Finalmente, una pieza fundamental en el desarrollo de las emociones está la capacidad de empatizar con otra persona. Esto significa comprender lo que le ocurre a otros, aprender a ponerse en su lugar. En el contexto académico, si el profesor empatiza con sus alumnos, el intercambio será más rico y el proceso satisfactorio.

El desafío del sistema educativo en este ámbito es, en definitiva, fomentar el desarrollo emocional tanto de profesores como alumnos para mejorar el rendimiento académico y formar mejores ciudadanos y profesionales que puedan estar en contacto con sus emociones y la de sus pares.

 

Fuente: identidad.21.edu.ar – Universidad Siglo 21