Desde la visión de la vida sexual del ser humano como algo flexible, cambiante y en permanente proceso de transformación, se capta en toda su profundidad la realidad del hecho sexual.

 La sexualidad no tiene una sola función, ni es algo particular de un periodo de la vida del ser humano. No es algo rígido desde que nacemos hasta nuestra muerte. Cada etapa de nuestra vida tiene sus peculiaridades y la sexualidad no es ajena a esta realidad. Por ello, una visión positiva, enriquecedora y responsable de las bondades del sexo permite disfrutar de lo bueno de nuestra sexualidad en cada uno de los periodos de la vida.

Cuando dejan atrás la etapa de bebés, los chicos empiezan un vertiginoso proceso de socialización en el que la interacción con sus pares se vuelve fundamental. En espacios como la plaza o el jardín de infantes, entran en contacto con otros chicos a través del juego y advierten las diferencias entre “lo que hacen las nenas” y “lo que hacen los nenes”. Además, esta nueva fase en el desarrollo se caracteriza por un aprendizaje constante, mediante la imitación de los modelos adultos de masculinidad y femineidad.

En este periodo, que se prolonga desde el nacimiento a la adolescencia, se producen una serie de cambios físicos y psíquicos que constituyen el desarrollo. Para comprender esta etapa como génesis de la sexualidad humana hay que tener en cuenta los siguientes aspectos:

El ser humano nace con unas estructuras centrales activas que son determinantes de la frecuencia, la forma y la orientación de la conducta sexual. Estas estructuras se relacionan y adaptan a la realidad externa y al sujeto.
El desarrollo sexual es fruto de la persona y de su modo de actuar, de la relación con su medio y de las circunstancias que de él emanan.


En paralelo con los aspectos biológicos con los que nacemos, comienzan a influirnos una serie de determinantes externos al sujeto y cambiantes en el tiempo. Entre ellos podemos hablar de factores culturales, religiosos, ideológicos y sociales. Se manifiestan a través de las pautas de crianza y criterios educativos referidos al dimorfismo sexual (el hecho de que en la especie animal humana hay dos sexo, el femenino y el masculino), con una marcada influencia en la diferenciación psicosexual entre niñas y niños. Por ello podemos considerar de un modo genérico que el desarrollo sexual es consecuencia de la interacción del sujeto (formado por su cuerpo y su psique), su medio socio-cultural y los acontecimientos que vaya experimentando.

En ese momento que surgen muchas preguntas vinculadas, entre otros temas, al aparato genital de cada género, al origen de los bebés y a las relaciones sexuales, es importante que los padres estén preparados para brindar respuestas acorde con el nivel de comprensión de sus hijos y con la manera en que las cuestiones de sexualidad son tratadas en la familia.