La vedette del verano en la costa argentina no usa plumas ni baja una escalera con movimientos ampulosos para destacar sus curvas. La estrella de este inicio de 2018 no es ni siquiera una "ella", sino un "él". Se trata del churro de roquefort que gana terreno en los atardeceres de las playas más concurridas como Pinamar o Villa Gesell.

Es cierto que el cartel principal sigue siendo propiedad del relleno de dulce de leche pero la invención criolla para los amantes del salado gana adeptos, junto al mate o la cerveza.

Así lo cuenta el periodista Fernando Soriano en una crónica bien de verano para Infobae. Según afirma, "este año hay una revolución masiva en el paladar". Quizás exagere, no sería el primero, pero ofrece testimonios en su relato. Veamos.

"El otro día nos compramos una docena y la bajamos entre los dos, son tremendos", dice con la boca llena Diego, oriundo de Necochea, mientras su novia mete la mano en la bolsa de madera donde, humeantes, esperan la mordida otros cuatro churros rellenos del queso azul.

Para el paladar debutante se trata de una experiencia extraña, sigue la nota. El sabor salado de la masa frita se combina con la intensidad del lácteo de origen francés y descontrola los parámetros naturales de las papilas gustativas. Lo que llega al cerebro es información desconcertante, pero algo pasa que el cuerpo pide más. "Cada vez los compra más gente. No compiten con el dulce de leche pero se están poniendo de moda", dice Jebús, un vendedor de la playa de Pinamar, oficio conocido como "canastero".

Días atrás a Martina, una treintiañera de La Plata, una amiga le dijo que le iba a dar de probar este manjar extravagante. "Creí que me estaba tomando el pelo. Era como pensar que se le puede untar dulce de leche a un salame. Pero la verdad que son un flash", comenta la chica con los dedos brillantes por el roce de la grasa.

El churro se hace con harina, agua hirviendo y un poquito de sal. Y luego se sumerge y se cocina en grasa caliente. Argentina heredó la costumbre de España. Se le atribuye el nombre a su parecido con los cuernos de la oveja churra, una raza originaria de las regiones de Castilla y León. Pero más atrás en el tiempo, se cree que a España fueron llevados por los árabes. Otras corrientes encuentran su origen en China, donde existe una masa de forma parecida llamada "youtiao".

El churro de roquefort es netamente argentino. Pero no es un invento de esta temporada. La idea se le ocurrió a Hugo Navarro hace muchos años, fundador de la primera churrería de Villa Gesell, instalada hace 50 años en el centro de lo que entonces era una playita hippie y hoy es una ciudad. Todavía funciona en ese mismo local. Se trata de "El Topo", que luego extendió sus dominios comerciales a Necochea, Pinamar, Valeria del Mar y otros puntos costeros.

Foto: Infobae

"Mi abuelo siempre experimentó con sabores. Como la masa del churro es como la de la torta frita, salada, probó con roquefort y pegó bien", cuenta Emmanuel Sacco, heredero del templo de la fritanga, que desde hace pocos años también vende churros rellenos con crema de avellanas, cacao y leche, conocidos universalmente por la marca Nutella.

La docena de churros de roquefort sale 160 pesos. Cincuenta más que los de dulce de leche y 20 que los bañados en chocolate. Un cálculo estimado hace pensar que sólo en Pinamar se cocinan cada día cerca de 10.000 churros, siempre según la nota de Infobae. "Los días lindos podemos llegar a vender 100 docenas cada canastero", detalla Jebús y de repente se queda en silencio, mete la mano en la canasta y se queja: "Me estoy cuidando, pero tanto que hablamos, me tenté".