Desde tiempo inmemorial se ha asociado al corazón con las emociones: ¿quién no ha experimentado una aceleración del ritmo cardíaco frente a un examen, una bronca o el encuentro con la persona amada? ¿Tiene esta conexión mente-corazón un real asidero científico? Veamos.

En una investigación denominada ARIC, las personas optimistas tuvieron 56 % menos chances de tener infartos o enfermedad coronaria que los pesimistas, a pesar de tener los dos grupos los mismos factores de riesgo.

Se detectaron 3 a 5 veces más infartos en Tel Aviv en la semana del 17 al 25 de enero de 1991, durante los ataques con misiles iraquíes, comparando con igual semana de 1990.

Durante los 5 días posteriores al terremoto de Atenas de 1981, se duplicó la tasa de eventos cardíacos. Y en el terremoto de Los Angeles de 1994 se incrementaron los ingresos por infarto en un 240 %.

También se ha descripto una duplicación de los infartos -en 50 millas a la redonda -en los diás siguientes a los ataques terroristas del 11 de septiembre a las Torres Gemelas y al Pentágono.

Desde hace mucho tiempo se conoce la conexión entre los eventos vitales estresantes ( problemas de salud, laborales, familiares, personales y sociales) y las enfermedades cardíacas: 40 % de los fallecidos súbitamente tuvieron ese tipo de eventos las 24 horas previas a su defunción. También se detectó un incremento del 40% de mortalidad global a los 6 meses luego de enviudar personas de edad media.

La depresión y el stress se consideran factores principales de riesgo coronario; en el estudio Interheart fueron los factores psicosociales (depresión, aislamiento y soledad) claves para generar infarto multiplicando el riesgo por un factor mayor a 2.

El enojo intenso precedió al 2,4 % de los infartos en una serie grande. El efecto de un enojo con escala mayor a 5 (tensión, apretar los dientes, pérdida del control, golpear o arrojar objetos) es de multiplicar por 2,8 la chance de padecer infartos y por 2 horas.

En un seguimiento de 1000 hombres, se vió que aquellos que tuvieron respuestas de enojo y hostilidad a una situación de stress tuvieron 3 veces más enfermedad cardiovascular.

Como contrapartida las personas que hacen meditación a diario tienen menos presión arterial, menos colesterol y menos frecuencia cardíaca que las que no meditan. Y aquellos que perciben que disfrutan más de la vida, reducen en un 60 % la posibilidad de enfermedad cardiovascular, en los varones, según un estudio de 80000 japoneses.

Es decir que las evidencias científicas son incontrastables e innegables y puede decirse que el corazón responde con enfermedad al stress, a la soledad, a la depresión y a la tristeza.

Para complicarnos más aún, la velocidad de la vida presente (el hombre va rápido, pero no sabe donde), nos hacen aún más susceptibles a estos males.

¿Qué le parece si lo invito a tomarse todo con más soda y a tener un orden en las prioridades? ¿Qué tal si lleváramos una vida más serena, más relajada, más calma? ¿Hace mucho que “pierde” un poco de tiempo dedicándose a alguna acción tranquilizadora? ¿Y si probáramos el sabor de disfrutar lo cotidiano sin tantos apuros o compromisos?

¿Y si nos desconectamos un poco del agobio tecnológico, que vino a liberarnos y nos oprime aún más? ¿Y que tal si nos tomamos los problemas triviales sin tanto drama? ¿Y si intentamos no presagiar el mal y los cataclismos y nos dedicamos a vivir el presente sin tantos miedos “anticipatorios”?. Y si viene la dificultad, póngale el pecho y adelante, que nunca la prueba supera las fuerzas.

Anímese. Dése un respiro. Reflexione. Haga la pausa. Vale la pena. Su corazón se lo va a agradecer.

Dr. Diego Nannini
Cardiólogo – Mat. 10236