¿Están maduros neurológica y socialmente los adolescentes de 16 años para tomar decisiones políticas partidarias?

Por supuesto, la maduración humana no depende de la edad cronológica, sino de las vivencias o experiencias educativas que cada uno transita. Hay que aclarar que si los consideramos capaces de elegir o votar partidariamente, también tienen derecho a ser propuestos o elegidos.

Si algo observé en la última década ayudando adolescentes, en contextos diferentes: consultorios, escuelas, juzgados y grupos informales, es la heterogeneidad de sus reacciones comportamentales y la dificultad en la “toma de decisiones” (hoy se reconocen y visualizan las áreas cerebrales que participan).

En épocas no muy lejanas, una persona de 15 o 16 años, era capaz de elegir (o la cultura lo obligaba) hasta con quien vivir el resto de su vida. Hoy día, cualquiera puede observar que el grupo etario que más crisis transita (personal y socialmente), es la franja de 15 a 17 años. Un mínimo ejemplo son sus maneras de festejar, celebrar o manifestar la alegría. Eligen perder la conciencia y jugar con sus vidas o las de los demás y por supuesto ya no se observa la creatividad de otros años, con formatos de canciones, poemas y pentagramas dibujados por sus emociones. También es una edad de fácil sugestionabilidad y aumenta la posibilidad de manipular e hiperactivar el sistema emocional, instalando focos y reacciones de rabia incontrolables. El proceso de individuación muestra gradientes diferentes, pero son más propensos a asumir comportamientos masificados, que tomar de decisiones personales o singulares.

El mercado de consumo invirtió mucho en la instalación del comportamiento no comprometido e irresponsable, que no solo muestran los adolescentes y jóvenes... Las zonas del cerebro más evolucionadas, las vinculadas al estado de conciencia, a la producción de pensamientos y razonamientos críticos o la elección de comportamientos éticos, están invalidadas o anestesiadas en esta época.

Apelaré a lo que tantos neurobiólogos utilizan: la historia de Phineas Gage. Este joven tenía 25 años y era un ejemplo de responsabilidad y compromiso con todo lo que hacía. Ocupaba un puesto jerárquico en el Ferrocarril Rutland & Burlington y dirigía la extensión de una línea que atravesaría Vermont. A pesar de tener gente a su cargo, él mismo asumía la tarea de mayor riesgo: dinamitar las rocas, para abrir el camino de las vías. En septiembre de 1848 padeció un terrible accidente. En un segundo de distracción, se rompió la sincronización y la barra de hierro que utilizaba para comprimir la dinamita, se le introdujo por la órbita del ojo izquierdo y atravesó la corteza cerebral frontal. Nadie se explica como, pero en lugar de morir, sobrevivió al terrible trauma, incluso a la infección, sin afectar ningún área vital. Sin embargo, un cambio notable e inexplicable en esa época ocurrió. Su comportamiento ejemplar, ético, solidario, racional, desapareció por completo y se transformó en un ser egoísta, inconsciente, irresponsable, que no tomaba nada en serio. Terminó su vida, expulsado de varios trabajos y explotado por circos o en ferias donde lo exhibían, junto a la barra de hierro que lo había lesionado. Su cráneo perforado, fue expuesto en la Universidad de Harvard, como una curiosidad médica y humana.

Esta historia, que relata Antonio Damasio, en su libro: “El error de Descartes”, se conocía en el ámbito científico desde 1868, cuando fue presentada por el Dr. John Martyn Harlow. Describió como el accidente había lesionado la zona más evolucionada para el ser humano: la corteza corticofrontal, vinculada a lo racional, a la toma de decisiones, a la capacidad de modular las "re-acciones" instintivas y compulsivas, a utilizar el lenguaje en lugar de la ejecución de actos incontrolables, a simbolizar, sublimar y a tantas capacitaciones que hoy día, lamentablemente no se cultivan ni mantienen…


Mirta Guelman de Javkin mirtaguelman@hotmail.com