Este viernes santo, la fe de miles de católicos fue más fuerte. El tradicional Vía Crucis organizado por la Parroquia Natividad del Señor y conducido por el padre Ignacio Péries, contó con la participación de miles de personas, cuya devoción religiosa los condujo, a pesar de la copiosa lluvia que castigaba otra vez la ciudad, a esta procesión que acompaña el camino de Jesús a la cruz.

Fieles provenientes de distintas partes del país se encontraron en barrio Rucci, pasadas las cinco de la tarde. Muchos de ellos participaron de la ceremonia de la exaltación de la cruz, colmando las instalaciones. Afuera, la gente empezaba a juntarse, tratando de ingresar pero la movida era peligrosa, además de esquivar la lluvia que caía sin parar, las afiladas terminaciones de los paraguas se presentaban amenazantes.

A continuación, el padre Ignacio, procedió a la bendición para la cual, la gente debió organizarse en interminables filas. Cubiertos por paraguas y pilotos –algunos habían improvisado una cubierta con algún trozo de naylon– familias, grupos de amigos y parejas, se mostraban felices de encontrarse ese este lugar.

Así lo manifestó Mariela que, aún estando embarazada, no dudó en acercarse. “No se puede dejar de venir. Uno siente mucha paz acá”, manifestó. Alejada de la religión por mucho tiempo, en su vuelta a la fe tuvo mucho que ver el padre Ignacio. “Él es el nexo”, determinó con una sonrisa.

“Este es un día fundamental en la vida para quien cree en Cristo”. Protegido con un gorro, Germán, buscaba un lugar en la cola. “Estamos viviendo su pasión, acompañándolo”, explicó y advirtió: “Sólo hace unos diez años que vengo pero Ignacio es como un imán y su fe tiene un efecto multiplicador”.

En un día de dolor para los que viven el culto católico, los fieles aprovecharon para agradecer, pero también para pedir. Los “colaboradores” del Padre Ignacio aseguraron que son mayoría los que traen consigo algún dolor, una enfermedad, una turbación que desean erradicar. Una de ellas es Sara, que junto a su familia vino de Amstrong: “Quiero agradecerle a Dios por todo lo que me da y también pedirle por la salud de mi hijo. Hay mucha gente que necesita y mucha envidia”.

Graciela tiene 57 años y afirma que cada año hace el Vía Crucis. Para eso sale de su casa temprano a la tarde, camina las tres horas detrás de la cruz, acto de devoción que retrasará su vuelta hasta cerca de la medianoche. “Hago el esfuerzo porque gracias a Dios y al padre pude sacarme el corsel que llevaba después de un accidente de tránsito que dañó severamente mi columna”.

Su testimonio de fe es contundente. El agua bendita –que los creyentes llenan en bidones- por el padre Periés, la utiliza como “fomento” para sus vértebras llenas de dolor. “El padre es un intermediario que me ayudó a acrecentar mi fe. Dios es el que está arriba y el que me permitió volver a caminar”, cuenta.