El autor rosarino Gary Vila Ortiz murió este domingo a la madrugada. Según publica hoy La Capital en su sitio on line, el escritor falleció a los 78 años.

Sus restos son velados en la sala velatoria ubicada en Córdoba 2936, y serán trasladados este lunes a las 9.30 hacia el cementerio de Ibarlucea.

Alberto Carlos Casiano Vila Ortiz nació en Rosario el 5 de agosto de 1935 y trabajó largos años en el diario La Capital al que ingresó el 1º de mayo de 1958, a los 22 años, como corrector y llegó a ser Jefe de Redacción.

Gary también trabajó en Radio Nacional, LT8, Rosario12, en Canal 3 y Canal 5.

En su página en Facebook, muchos se despedían del poeta. En el blog "Biblioteca de viejo" de Rosario3.com, había definido a la poesía.

"La poesía es el derecho del viejo de la bolsa que viene para que los chicos que tienen sopa la tomen y el viejo con otra bolsa que les da sopa a los tantos chicos que no la tienen.
Los derechos de la locura que no es locura, pero se puede parecer, aun cuando creo que no se parecen en nada.
El derecho a creer en Dios y en la Virgen, la obligación a proclamarlo. O el derecho a creer en los dioses que quieras, o en ningún otro dios si lo sientes ausente.
No debes olvidar que lo que Tú amas es lo que perdurará.
El derecho a ser feliz en la medida de lo posible.
El derecho al conocimiento.
El derecho al pecado, a la gloria, al arrepentimiento, al perdón, a las contradicciones.
El derecho al insomnio.
El derecho a los cigarros de hoja.
El derecho a escuchar a Mahler, a Chet Baker, a Ravel a Schoenberg a Sonny Rollins, al Modern Jazz Quartet, a Charlie Haden, a Mozart, a Bcrg, a Gershwin y a quien se me antoje de la manera que se me antoje.
El derecho a amar sin explicación de por qué se ama.
El derecho a vivir sin muerte alguna.
El derecho a oír los ruidos de la noche.
El derecho a ver en el humo lo que deseo ver en el humo.
El derecho al ajo.
El derecho a escribir en todas las paredes el nombre de la mujer que amo. Silvya.
El derecho a no sentirme defraudado en nada.
El derecho a la genialidad que no tengo.
El derecho a todos los derechos que no son reconocidos como tales.
El derecho a no sentirme frustrado.
El derecho por los amigos que se van y no regresarán nunca.
El derecho a oraciones, siempre que Dios y la Virgen las permitan, al menos en lo que a mí respecta. Yo respeto a quien tú rezas.
El derecho a sentir en las yemas de los dedos lo que siento en la mirada y en el oír y en el hablar.
El derecho a la compasión.
El derecho a no transmitir al infierno.
El derecho al alma.
El derecho al frío.
El derecho al calor.
El derecho al silencio y al grito.
El derecho a todo y a nada.
El derecho a los juegos de todo el mundo, aunque no los conozca.
El derecho a los cristales y a las cajas de fósforos.
El derecho al agua helada.
El derecho al sueño.
El derecho a la amistad.
El derecho a sentirme confundido y tratar de no estarlo.
El derecho al laberinto.
El derecho al minotauro.
El derecho a ser hijo de Picasso o una caricatura.
El derecho al derecho que no se imparte en los tribunales.
El derecho a no odiar.
El derecho a la ternura.
El derecho al café.
El derecho a guardar cosas que no sirven para nada.
El derecho a la memoria y el derecho al olvido.
El derecho a la escritura.
El derecho a soñar.
El derecho a no poder modificar el pasado.
El derecho de tratar de cambiar las líneas de ese pasado y sus consecuencias.
El derecho a pisar las cascaras de maní, las hojas secas del otoño, las calles húmedas, cruzar una y otra (en la memoria) un alfalfar interminable.
El derecho a saborear ciertas palabras, ciertos giros de la escritura, ciertos comienzos de libros nunca terminados, ciertos párrafos leídos tantas veces.
El derecho a confundirnos, como nosotros y como otros.
El derecho a las camisas gruesas de color azul oscuro.
El derecho a tener y a no tener barba, como si se tratase de un ser o un no ser casero como el dulce de membrillo.
El derecho a entrar en cines viejos, esos que ya no existen.
El derecho a la parsimonia en el pensar o en la velocidad al pensar, o de pensar lo que se nos ocurra.
El derecho a creer en los milagros y el derecho a creer en nuestra concepción del milagro.
El derecho a repetir este párrafo de Charles Peguy: “Hay una elección y una alternativa en el pecado mismo. Las naturalezas que son buenas para el pecado pertenecen al mismo reino de las que son buenas para la Gracia. Y afuera, hay una inmensa turba que, en conjunto, no es buena ni para el pecado ni para la Gracia”.
El derecho a creer que uno ha conocido tantos de esos que no son buenos ni para una ni para otra cosa, que lo tienta un aislamiento que no es bueno.
El derecho a creer que la biblioteca suele ser el último refugio de un hombre aparentemente civilizado".

Un recuerdo de su paso por la Semana de las letras y la lectura en 2011, en el teatro El Círculo.