La noche llegaba a su fin. Y los finales suelen encerrar las emociones más fuertes. Fue entonces cuando se repitió la legendaria imagen. El hombre de las palabras medidas y los gestos austeros levantó el brazo derecho, dobló el codo y cerró el puño apenas por encima de la altura de la cabeza, como si sostuviera una camiseta imaginaria. Los ojos vidriosos después de tantas emociones estaban clavados en el escenario, donde el Crotto del Parque entonaba el estribillo de “El grito sagrado”, la canción que evoca la ya mítica escena de la cancha de Ferro, donde Newell’s acababa de coronarse campeón con un técnico que hacía sus primeras armas en primera división y un plantel prácticamente en su totalidad compuesto por jugadores provenientes de las inferiores: “Vinieron los jugadores todos corriendo al alambrado, el Loco estaba sacado, no lo podían tener, gritaba desencajado Newells carajo a los cuatro vientos, por todo ese sentimiento, yo quiero volverte a ver”.

Fue en el cierre de una noche mágica para el pueblo leproso y sobre todo para sus hoy por hoy máximos referentes: principalmente Marcelo Bielsa, con cuyo nombre de rebautizó el estadio del parque Independencia, y Gerardo Martino, que le dio el nombre a la platea de la visera.

Bielsa intentó al principio contener la emoción. La conferencia de prensa empezó, como suele pasar, con su mirada clavada en el piso y las palabras justas para responder con amabilidad pero al mismo tiempo sin ninguna ampulosidad a los periodistas. Pero le duró poco; de a poco se fue aflojando, y se mostró chispeante y feliz como nunca, lo que dejaba algo muy en claro: estaba en su casa.

Las emociones se hicieron mucho más intensas cuando pisó el césped y desde las tribunas estalló el “Vení, vení, canta conmigo, que un amigo vas a encontrar, que de la mano, del Loco Bielsa, todos la vuelta vamos a dar”.

Un rato antes, en la conferencia de prensa, había confesado que en las noches en que buscaba un recuerdo feliz para dormirse una de las imágenes que venía a su mente era la de la última vez que había pisado esa gramilla y recorrió en medio de una ovación ensordecedora el trayecto desde el túnel al banco visitante. Seguramente la de este martes a la noche reemplazará a la de cuando era director técnico de Vélez.

Después vino la entrega de dos balones de cristal, para él y para el Tata. De las plaquetas y de una maqueta del estadio que ahora se llama Marcelo Bielsa. Después vinieron los videos que repasaban viejas imágenes de los protagonistas. Esas imágenes de alguna forma explicaban la magnitud del homenaje. También se escuchó la frase del técnico de la selección chilena que se convirtió en motor del mismo: “No puedo querer otra camiseta como a la de Newel’s“.

A esa altura ni el Loco ni el Tata -que debe haber bajado unos cuantos kilos con su traje gris no apto para una noche tan calurosa (un asesor de vestuario ahí)- podían contener las lágrimas, que se mezclaban con la transpiración.
Después vinieron los abrazos, las fotos con los que pudieron entrar al campo de juego, el partido de viejas y no tan viejas glorias del club, más algunos jugadores actuales. Sí, fue otro lujo ver a Zamora, los hermanos Franco, Alfaro, Ramos, el Yaya Rossi, Theiler, Pautasso, Dezzotti, Bulleri, el Piojo Yudica, mezclados con Spolli, Bernardello, Peratta, Bernardi.

Y el final. Ese final con los corazones en carne viva, coronado por los fuegos artificiales y con dos palabras que para el pueblo leproso siempre van a remitir al protagonista principal de esta noche mágica: “Newell’s, carajo”.