9 de la mañana. Domingo de elecciones. Se elige presidente. Las radios de Capital Federal conectan con las provincias y con los partidos del Gran Buenos Aires, desde donde los periodistas dan cuenta de una característica que se repite en uno de los actos democráticos más importantes del año: poco entusiasmo de los ciudadanos, importante ausencia de las autoridades electorales, un policía corriendo a un votante tempranero para que se quede a presidir la mesa en la que le toca sufragar porque está desierta.

15:30. Denuncias relacionadas con la falta de votos de la oposición, mesas que recién abrieron el acto comicial a las 11 de la mañana, y mucha gente excusándose para no concurrir a votar (Sólo en la seccional 2ª de Policía de Rosario se emitieron más de 1.000 certificaciones a pedido de los interesados, que denunciaron estar imposibilitados de ir a votar a sus lugares de residencia).

17.50. Se anuncia que la Secretaría Electoral ha resuelto extender el horario del comicio en la provincia de Buenos Aires hasta las 19, dado que en muchas escuelas, a causa de variadas irregularidades, aún hay gente haciendo fila en la calle, tratando de ingresar para sufragar.

18.01. Desde los comandos de campaña de los diferentes partidos, los movileros destacados empiezan a pintar el clima de fiesta o de desencanto, según el partido y de acuerdo a sus propias encuestas en boca de urna, mientras en vastos sectores del distrito más poblado del país, la gente sigue esperando para entrar al cuarto oscuro y no entiende cómo es que ya se tienen tantas precisiones sobre los resultados si ellos todavía no pudieron votar.

19.01. Ganó Cristina, gritan las letras blancas sobre el fondo rojo de Crónica Televisión. El resto de los canales se pliegan al veredicto y aparecen al pie de la pantalla los rostros congelados de los candidatos más votados con los porcentajes de las encuestas, sin que aún se haya abierto la primera de las urnas y mientras en muchas escuelas numerosos ciudadanos responsables del deber cívico que les compete, aguarda con nerviosismo el momento de votar y se pregunta si vale la pena seguir haciendo fila para poner en el sobre la expresión de su voluntad.

22.00. Con el 13 por ciento de mesas escrutadas apenas, Cristina Fernández de Kirchner habla al país. Dice que la diferencia con la que aventajaron a la segunda fuerza es la más amplia desde el advenimiento de la democracia, pero enseguida invita a adeptos y contrarios a construir la Argentina. Mira su ayuda memoria sobre el atril y por primera vez se dirige a sus “hermanas de género” –las mujeres– (no lo hizo durante la campaña y no se le conocen proyectos legislativos en defensa de las necesidades propias del género). Vuelve a mirar de soslayo el machete sobre el atril y agradece a los jóvenes a quienes invita a “aportar en favor de un proyecto colectivo”. Los jóvenes K presentes en el hotel Intercontinental responden enfervorizados: “Cristina, Cristina, Cristina corazón; acá tenés los pibes para la liberación”. Sonrisas. Felicidad. Euforia.

22.15. Termina el discurso de la presidenta electa. Cientos (¿miles?) de ciudadanos protestan porque no pudieron votar por no figurar en el padrón o porque no les llegó el documento tramitado hace más de dos años.
Otros cientos (miles) que decidieron no votar por desencanto, por comodidad, porque los resultados se manipulan o porque no saben a quién elegir. Los tranquilizan diciéndoles que de todos modos un voto más o un voto menos sería incapaz de torcer las cifras oficiales. Que ya lo decían los sondeos de la última semana, que se sabía que ganaría la pingüina, que era número puesto, que la suerte estaba echada, que corría con el caballo del comisario, que no se coman “el verso de la participación”. (¿!)