Sabrina Ferrarese

La tradición popular repite que la lluvia es bendición. Sin embargo, un verano repleto de chaparrones es, para quienes realizan trabajos en la calle, la peor de las plagas. Es que no sólo perturba el ánimo consumista de la gente que interrumpe la aventura de comprarse todo lo que se le cruza en el camino, con las consecuentes pérdidas económicas, sino que, además, es sinónimo de permanecer la totalidad de la jornada laboral literalmente empapados.

Leo es mozo “bandejero” de un minimarket del centro y durante ocho horas va de oficina en oficina tomando y llevando pedidos. “Esta lluvia me complica bastante porque paso todo el día mojado”, manifestó a Rosario3.com, mientras miraba con incertidumbre el cielo a punto de descargarse otra vez. “El tema es que me pagan por entrega y me llaman menos con la lluvia, por eso voy para atrás”, concluyó.

De lógica similar, la cadetería atraviesa la misma problemática. Alejandro hace un mes que salió a la calle en su moto pero no se imaginó vestido con un piloto amarillo durante tantos días seguidos. “Me pagan por entrega o por kilometraje, me perjudica la lluvia porque la gente no te llama tanto. La gente contempla eso y se baja el sueldo”. Para el cadete, lo que se complica por demás es el tránsito, además debe tomar más precauciones por el pavimento resbaladizo.

Otro de los trabajos al aire libre que adquiere oscuros matices cuando llueve es la limpieza de las calles. Daniel es empleado de Clibe hace doce años y aseguró: “Me perjudica en la salud, no te sentís cómodo, no estás bien porque te pasás toda la mañana mojado, encima como el clima está tan cambiante no salís con todo el equipo y la limpieza se complica donde hay dificultad de escurrimiento”.

El agua, el peor enemigo del vendedor ambulante

Guillermo tiene un puesto callejero por San Luis donde vende ropa. “Tengo que procurar que la mercadería no se moje porque no puedo venderla así y tengo que llevarla a la tintorería. Y de última tengo que bajarle el precio para que la compren”. Y lamentó: “La gente tiene una psicosis debido a la tormenta del año pasado. Cada vez que hay una tormenta se va, se pone nerviosa, hasta se chocan porque quieren llegar a la casa rápido”, dijo resignado.

Los canillitas también vendieron menos diarios y cada vez que el aguacero se tornó violento, debieron proteger el papel. Hugo, con treinta años en el oficio, dio fe: “Me perjudica al final del día cuando hago las cuentas y te das cuenta que por la lluvia la gente no viene” y sostuvo: “Cuando llueve fuerte guardo todo. Vengo igual en moto con una capa, salgo igual como el resto de los 365 días, a las seis de la mañana”.

En la plaza Sarmiento, Antonio vende praliné hace diez años. Este verano, vivió bajo el techo de la parada de colectivos, la lluvia constante. “Ya está jorobando pero hay que aguantar igual. Tapo con un nylon la mercadería y espero que pare”, expresó con un gesto de cansancio.

Un verano sin antecedentes fue el de este año, de acuerdo a las voces de los trabajadores. “Jamás viví tantos días de lluvias seguidos”, fue el comentario en común de las víctimas de este chaparrón insistente.