Hace días, en pleno Parque Independencia, quedó inaugurado un “sistema de tecnológica antivandálico conformado por dos bloques de sanitarios donde se garantiza la accesibilidad a personas con movilidad reducida y un espacio técnico independiente de limpieza, mantenimiento y vigilancia”. La información oficial señala que espacios similares fueron ejecutados el año pasado en el Parque a la Bandera y el Scalabrini Ortiz.
La redundantemente técnica descripción no hace referencia a ningún sistema de defensa antiaéreo. Es uno más bien antihéroe. Es un espacio para uno de los más humano de nuestros actos cotidianos. Ir al baño. Sin romperlo, claro.
En una ciudad en la que no para de hablarse de bunkers, políticamente adrede y de correctamente descriptiva forma, los datos oficiales y la obra oficial, la plata que gastamos como sociedad se desvía hacia fines antes inimaginables. Tal es el estado de degradación que nos describe hoy. Invertir casi un millón de pesos en una estructura que se sólo se usa para defecar y que por su apariencia hostil, podría albergar un pequeña escuadra militar de una ciudad en guerra.
De verlo nomás inspira la idea de un artificio propio de un combate. Al menos, contra el espacio público. Ese que no nos atrevemos a respetar, porque nos repugna lo colectivo.
Este viernes De 12 a 14 (El Tres), mostró el video en que un taxista se baja de su unidad y, prende fuego un contenedor de basura. Premeditadamente. Es un hecho que han recrudecido estos episodios en general. Tal es lo que admiten desde Bomberos Voluntarios de Rosario, donde aseguran que es cosa “de todos los días”. Si cada uno de los contenedores que hay que reemplazar, suponiendo que fueran de los más chicos, cuesta 8 mil pesos, al mes se nos van 240 mil. Al año, 2.880.000. En 2012, el monto superó los 4 millones.
“Promover las actividades integrales y de convivencia entre los ciudadanos en los espacios públicos”, tal como lo cuenta la memoria descriptiva del baño antivandálico que se colocó, cuesta caro. Sobre todo porque no asumimos que a la cuenta la estamos pagando nosotros. Elegimos representantes de los cuales no nos hacemos cargo. Como tampoco nos hacemos cargo de nuestra propia voluntad destructiva, la emprendamos contra un baño, un contenedor o nuestro barrio, cada vez que nos necesita y nos borramos. Es aquello que preocupó hace 500 años a Thomas Hobbes: aquello de la rectitud humana y el orden social. Los conceptos “prístinos” de justicia y Estado. Y su “célula primaria”: la voluntad individual. Es el que acuñó eso de que el hombre es un lobo para el hombre.
Con los millones que gastamos en reemplazar tachos o construir baños antiaéreos, administración eficiente mediante, ¿cuántas vidas mejoraríamos?
Una pregunta difícil para el lobo, que es un depredador.