Es verano, parece tiempo propicio para “la fiaca”.
El sol abrumador, las veredas ardientes, los aires acondicionados sorprendiendo nuestra marcha callejera, confluyen en parte para que nos quedemos “en casa” en horas claves, quizás a la sombra de un viejo duraznero o en el fresco improvisado en un rincón de nuestro hogar.
Entonces leemos diarios, revistas o libros, escuchamos radio, miramos televisión, o entramos en el magno mundo de la “compu”.
Porque el deporte prolongado, salvo en lugares donde el agua es la dueña del lugar, no se sostiene con estas temperaturas.
Y así un poco porque el calor se impone, otro tanto porque estamos de “vacaciones”, y mucho porque el receso es lo “natural”, bajamos la velocidad de nuestras actividades invernales con más tiempo para la reflexión, para el diálogo, la comunicación.
Y se me ocurre, ahora que tengo “mas tiempo para pensar”, que puedo mirar un poco más lo que pasa a mi alrededor, ya que la vorágine se ha detenido y no podré achacarle a mis múltiples tareas el hecho de no poder ocuparme más de mis hijos, mi familia, mis amigos, mi ciudad, el mundo.
Porque “el otro” tiene muchas cosas para decir, porque también estuvo apurado durante el año, porque tampoco tuvo tiempo para la comunicación con el exterior, con él mismo.
Y así descubro que este ocio es bueno, hasta reparador, porque sirve para enterarme de todo lo que me perdí y que seguía sucediendo mientras yo estaba apurada.
Y me gusta. Porque me compromete a salir del cascarón del ritmo y penetrar en la profundidad de los hechos.
Porque pasan muchas cosas en este mundo nuestro de cada día y como me considero parte del mismo, no quiero perderme las más importantes. Para sumarme y no dejar que la vida me pase por el costado.
Edith Michelotti


