“Las distintas consultas efectuadas a docentes y directivos de escuelas secundarias de Capital y el Gran Buenos Aires indican que existe un gran incremento en los índices de repitencia que en algunos casos llegan a más del 50%”, afirma Abraham Leonardo Gak, profesor honorario de la Universidad de Buenos Aires, en el desarrollo de una reflexión que intenta “promover un debate constructivo frente a un problema que unánimemente todos creemos muy grave”.



Si bien hemos planteado en forma reiterada la necesidad de un profundo cambio (desde las raíces) de la educación media, el fenómeno creciente de la repitencia nos parece que debería ser encarado de alguna forma.



¿Por qué decimos que la repitencia es el paso previo a la deserción? El repetir de año tiene lecturas concurrentes en el ánimo del estudiante. Por un lado, éste debe enfrentarse a una condena social, al ser considerada la repitencia como un fracaso atribuible únicamente al alumno. Por el otro, al repetir el año lectivo debe volver a cursar un número de asignaturas que ya había aprobado en su cursada anterior. Si bien en algunos casos pueden ser muy pocas, en otros pueden ser 6 o 7, con programas que seguramente no son muy distintos a los que transitó el año anterior. Además, estará en el aula con compañeros que, en el mejor de los casos serán un año menor a él, en una etapa en que las diferencias pueden ser grandes. También deberá convivir en la escuela con sus compañeros del año anterior que pasaron de año, con lo que verá acentuada su convicción de que es un perdedor.







Desde luego que en la escuela, salvo excepciones, nadie se habrá preguntado por qué causa este chico no ha podido pasar de año, tomando en cuenta que las señales de peligro no aparecen en noviembre, sino que ya se avizoran a comienzos del año lectivo. En pocas palabras, para el estudiante repetir el año (lo exteriorice o no), es un infierno que en muchos casos termina en nuevas derrotas frente al sistema y, en otros, se concreta en la fuga hacia delante, es decir la deserción. Por otra parte, la institución también sufre. La presencia en los cursos de un número considerable de repetidores le quita prestigio y provoca el alejamiento de nuevos estudiantes. En resumen, el sistema actual, expulsivo, logra el efecto de promover la educación privada, dejándole a la escuela pública el rol de escuela para pobres y para estudiantes con dificultades insalvables. Exitoso como pocos el proyecto privatizador.







Si la cuestión la insertamos en un programa integral de reforma del sistema, el problema estaría subsumido en un enfoque generalizado de la relación de la escuela con sus alumnos. De todas maneras, resolver esta problemática en forma aislada, nos enfrenta con dificultades no imposibles de sortear.







Al exponer estas ideas, sentimos necesario aclarar que la solución que propugnamos no pasa por reducir el grado de exigencia en la adquisición de los conocimientos requeridos para avanzar en la cursada. No se trata, como seguramente lo expresará la prensa conservadora y muchos docentes que, por otra parte, no asumen una mínima parte de responsabilidad en la falta de respuestas y acciones para enfrentar el problema, de propuestas populistas que buscan la salida facilista de aprobar a todos, con graves perjuicios para el sistema educativo y para el país.







La propuesta que formulamos, tiende a proponer que las escuelas permitan pasar de grado a los estudiantes que adeudan materias, pero incorporándolos simultáneamente en un circuito informal en contraturno con un equipo de profesionales que los prepare para aprobar las materias adeudadas.







Esto significa contar, no sólo con docentes, sino que deberán incorporarse otros expertos (psicólogos, sociólogos, trabajadores sociales, etc.), pues se trata de una tarea interdisciplinaria y, por ende, se deberá disponer de los recursos materiales necesarios para este recorrido. Es indudable, si la idea es exitosa, que los costos finales serán razonables, ya que los repitentes no deberán recursar asignaturas ya aprobadas y, si se logra reducir la deserción, se evitará el costo de implantar programas de inserción especiales.







Unas consideraciones finales: Las soluciones que bosquejemos serán siempre remiendos, lo que, a nuestro entender, es mejor que no hacer nada.







Debemos tener presente que el sistema vigente se apoya en paradigmas obsoletos, propios del siglo XIX, lo cual hace a su condición expulsora, porque no puede enfrentar una realidad diferente a la que existía cuando dicho sistema tuvo origen.


Fuente: Perfil