Por Pauline Emmond

Nada es mejor que la fantasía que existe en todos los países de América latina. Pero lo mejor es la fantasía en Rosario, esta ciudad que vive en la fiebre del fútbol, con la pequeña guerra de los equipos de la ciudad.

La gente apoya a su equipo con todo su corazón y se lo pone en la piel como un tatuaje.

Esta ciudad, que ve hacer un casino en el centro de las villas, tan contrastante.

Esta ciudad, que a la noche hay más movimiento que en el día, que hace bailar a todos los jóvenes toda la noche.

Esta ciudad, que ve circular en sus calles coches de sesenta años, los coches están más viejos que las personas que los conducen.

Esta ciudad, donde los gritos del pueblo se escriben en las paredes, donde una calle se vuelve un monumento a los desaparecidos, donde los desaparecidos se vuelven bicicletas.

Esta ciudad, donde hay más banderas que basura en las calles, donde hay más quioscos que supermercados.

Esta ciudad, conocida en el mundo por ser el lugar donde nació la bandera argentina y porque vio nacer al Che.

Rosario, con su río y sus playas que parece el mar y donde la gente es tan calurosa que acogen a las personas extranjeras como unas princesas.

Esta ciudad, donde se venden más cosas en las calles que en las tiendas, donde la gente debe tener más miedo de la policía que de la gente que roba.

Cuando venimos de un país donde todo es recto, que todo es prohibido, que todo parece perfecto, esta ciudad le pone un poco de fantasía, un poco más de alegría. Cuando venimos de un país tan frío, tan aburrido, es obligatorio amar a Rosario.

*Pauline Emmond es belga, tiene 18 años y vino a Rosario en el marco de un programa de intercambio cultural.  Es oriunda de un pequeño pueblo de 200 habitantes que se llama Sante-Cécile cerca de la frontera de Francia y de Luxemburgo.