Sabrina Ferrarese

Los sábados a la mañana, la peatonal Córdoba se transforma en un extendido escenario entre las calles Maipú y Paraguay. Como tablas improvisadas, las baldosas grises sirven de soporte a una variada propuesta artística: exposición de cuadros y esculturas, bandas musicales y estatuas vivientes se despliegan a lo largo del circuito comercial más transitado en la ciudad. A diferencia de los teatros y las salas convencionales, en la calle los artistas comparten su espacio con un público en constante movimiento que, sin esperarlo, se hace parte del espectáculo.

Los artistas callejeros saben que es un día clave para sus bolsillos y también para su ego, ya que reciben como nunca la atención de rosarinos y de quienes visitan la ciudad durante los fines de semana. Deseosos de ese contacto y dejando de lado el aspecto negativo de desarrollar su arte al aire libre (lo que implica estar a merced de la GUM, de algunos ciudadanos inadaptados y –por qué no- de sus propios colegas) esperan hacer hoy su mejor performance.

Los integrantes de la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos de Rosario han montado, en concordancia con sus estatutos, la exposición sobre caballetes, que desde hace tres años muestra la producción artística guardada en su sede del Pasaje Pam. La diversidad de estilo y técnica de cuadros y esculturas se limita en lo temático debido a la prohibición de expresarse en materia política o religiosa. La exposición, por otra parte, sólo persigue el objetivo de disfrutar el arte ya que ninguna obra está a la venta. Completan la iniciativa, un retratista y Gabriel Arias, más conocido como “el poeta de los maderos”.

Ernesto Reynoso, artista y miembro de la Sociedad, asegura: “Es bárbaro. Viene mucha gente, mayores y chicos se acercan y hablan con los artistas. Preguntan sobre la técnica y si es una obra abstracta, qué quiere decir”. Alimentados por la respuesta de la gente, que detiene su paso para recorrer esta de exposición de arte sin techo ni paredes, los pintores y escultores, afirman que “se produce un intercambio porque uno puede también aprender del público”.

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Más adelante, otra posta artística recorta el flujo de compradores, buscadores de precios y de quienes tan sólo dan un paseo. Es Carlos Filho, el acordeonista de polkas y valses, cuyo repertorio integra, a fuerza de perseverancia, los sonidos urbanos de la zona. “La calle es un lindo lugar donde hacer mis interpretaciones que pueden gustar al público”, sostiene el músico, quien dice ser vienés, dando al hablar un particular énfasis a su acento extranjero. Como un espejo, el instrumento le devuelve los años y también las alegrías. “Me gusta mucho estar acá, lo elegí y me siento muy feliz”, dice sonriente. Mientras habla, algunas monedas hacen ruido al caer en la lata donde Carlos atesora la recaudación: “Vivo de esto y lo puedo demostrar”, señala.

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Camino hacia el oeste, la mano derecha ofrece una visión faraónica. Podría ser Tutankamón pero es Andrés, una de las estatuas vivientes que en los últimos años se sumaron a los tradicionales artistas de la peatonal. En su mayoría, son los chicos que –moneda o billete en mano– obligan a este “mimo que no se mueve” (así dice Andrés que se denomina correctamente esta profesión) a moverse.

En la misma cuadra, Los Cornalitos traen a Rosario los acordes del jazz gitano con la interpretación de temas del guitarrista Django Reinhardt y el argentino Oscar Aleman. El cuarteto atrae a mucha gente que, en ronda, los mira tocar. Esteban Bozzini, en guitarra y clarinete, es artista callejero desde hace diez años y asegura que éste es su medio de vida. “Es un trabajo digno y no tenés que esperar que nadie te pague a fin de mes. También tenés que bancarte cosas como en todos los trabajos”, explica, en un alto del espectáculo. “Estar todo el tiempo en la calle y ver tanto flujo de gente te marea, qué se yo. El calor, la lluvia, pero no más”, plantea. De martes a sábado, desde las 11 a las 13.30, la banda ofrece sus canciones en la peatonal Córdoba. “La gente que se acerca es de todas las edades. Pero los más grandes se emocionan mucho y nosotros también nos emocionamos porque está re bueno”.

El clarinetista, al igual que otros artistas callejeros, señala las dificultades que se generan entre ellos por el espacio, a pesar de que la disposición de los artistas está organizada por la Secretaría de Cultura municipal. “Siempre está el que viene y se cree dueño del lugar. No se dan peleas, pero a veces estamos todos en una cuadra y se superponen los espectáculos”. Agrega: “La mayoría de la gente no toca sin permiso porque viene la GUM y los saca pero estaría bueno que hubiera más espacios para tocar”.

Otra de las bandas que apuestan a los conciertos callejeros es Hermosos Perdedores, que parece captar el interés del público con mucha fuerza. Su líder, Julio Franchi, es un verdadero showman que logra arrancar carcajadas de la gente a pesar de lo serio de su propuesta: rocanrolear temas de The Beatles en plena peatonal Córdoba. Los cuatro de Rosario visten trajes negros y rematan con zapatillas chetas, interpelan a los presentes y hasta buscan “la pretty woman” en la ronda de gente que se forma alrededor de ellos. Sin dejar de apelar al sentido del humor, invitan a que la gente “no tenga vergüenza de poner monedas” en el estuche de una de las guitarras que hace de gorra.

“La calle tiene mucho de ritual, de diversión en el momento y eso es milenario. Tratamos que pasen un buen momento. Después si queremos torturarlos con nuestros problemas los hacemos ir a nuestros recitales”, bromea Franchi. “La gente es bárbara cuando le gusta, cuando no le gusta es terrible”, confiesa el artista y refuerza el gran mito del espectáculo local: “El rosarino se comió a (William) Shakespeare”, dice en alusión al “monstruo” en que se puede convertir la gente cuando no le gusta el espectáculo. “Pero eso también está bueno. Sabemos que si nos va bien acá en otro lado podemos tener un buen recibimiento”.

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