Un estudio de supervivientes de accidentes cerebrovasculares (ACV) encontró un índice más lento de recuperación entre los que experimentaban apatía, sintiendo poco interés en ellos mismos y en el mundo que los rodeaba. Y un estudio de mujeres sanas de mediana edad encontró una asociación entre la desesperanza y un engrosamiento inesperado de la arteria carótida, el principal vaso sanguíneo que va al cerebro.

El estudio de la apatía fue motivado por un trabajo de 2006 sobre la enfermedad de Parkinson que apareció en otra revista, apuntó Nancy E. Mayo, profesora de medicina de la Universidad de McGill en Montreal, y principal autora del estudio sobre la apatía. "Afirmaba que si los pacientes estaban apáticos, lo mejor era dejarlos tranquilos", señaló. "Me indignó que el autor dijera que simplemente no debería importarnos".

Entonces, Mayo inició un estudio en que 408 cuidadores familiares de supervivientes de ACV rellenaron cuestionarios sobre la apatía cada cuatro meses, en que preguntaban al superviviente "espera a que alguien haga cosas que puede hacer por sí mismo", o "simplemente se queda sentado y observa", y cosas por el estilo.

Mayo dijo que es un método imperfecto, "pero usamos lo que teníamos". Los informes indicaban que un tercio de los supervivientes de ACV tenían apatía menor durante el primer año, y tres por ciento tenían altos niveles de apatía. La apatía empeoró en siete por ciento de los supervivientes, y mejoró en siete por ciento durante el año.

Las medidas de funcionamiento físico mostraron que "incluso una apatía menor tenía un impacto tan importante sobre la recuperación como la apatía mayor", aseguró Mayo. Las preguntas sobre la calidad de vida de los supervivientes de ACV, tales como su participación en actividades sociales, encontraron una menor mejora entre aquellos cuya apatía empeoró.

No está claro qué puede hacerse en tal situación, dijo Mayo, en gran parte porque se ha llevado a cabo muy poca investigación sobre la apatía. "No se puede arreglar lo que no se puede medir", señaló. "Éste es un primer intento de averiguar cosas. Ya que nadie presta atención, no es sorprendente que no haya tratamientos".

El informe sobre el efecto físico de la desesperanza, publicado en la edición del 27 de agosto de la revista Science, salió de un estudio nacional sobre enfermedad cardiovascular en las mujeres, contó la autora del estudio Susan A. Everson-Rose, profesora asociada de medicina en la Universidad de Minnesota.

Ella y sus colegas eligieron a 559 mujeres menopáusicas sin antecedentes de enfermedad cardiovascular para responder a un cuestionario de dos ítems sobre sus expectativas acerca de las metas a futuro.


Un estudio anterior liderado por Everson-Rose y que utilizó el mismo cuestionario con hombres finlandeses encontró una asociación entre la desesperanza y el resultado de la enfermedad cardiovascular, señaló, al igual que otro estudio en mujeres que tenían enfermedad cardiovascular documentada.

Este nuevo estudio encontró una relación directa entre la desesperanza creciente y un engrosamiento del revestimiento de la arteria carótida, un factor de riesgo del accidente cerebrovascular. En general, las mujeres que puntuaban más alto en la escala de desesperanza tenían 0,02 milímetros más engrosamiento, igual a la cantidad causada por un año de envejecimiento. Las mujeres que tenían las puntuaciones de desesperanza más altas tenían un engrosamiento 0,06 milímetros mayor en promedio que las que tenían las puntuaciones más bajas.

"Esto no necesariamente significa que la desesperanza tenga un efecto físico directo, ya que podría operar a través de mecanismos que no medimos", apuntó Everson-Rose.

Pero añadió que hay un mensaje clínico. "Los médicos deben decir a sus pacientes que los estados emocionales pueden tener un efecto físico, y que deben buscar un tratamiento adecuado para ellos. El tratamiento psiquiátrico está justificado para la depresión y la desesperanza graves".

Fuente: Medline Plus – HealthDay