En muchos casos, se trata de leche en el que crece algún diminuto organismo, y sin embargo es comestible y hasta sabe bien. En cambio, la leche que ya no está en condiciones de beberse tiene feo sabor y puede producir una intoxicación, debido a la aparición de bacterias que descomponen las proteínas.

Los constituyentes principales de la leche son la grasa, la lactosa (el azúcar de la leche) y las proteínas, todos ellos en suspensión en un 85 a 90 por 100 de agua. Cuando las bacterias actúan lo primero que le pasa a la leche es el mismo proceso que se utiliza para elaborar yogur o queso: los azucares se convierten en ácidos, y las proteínas de la leche comienzan a coagularse, provocando la aparición de grumos. Ahora la leche es agria pero aún no se ha arruinado.

Pero hay otros tipos de bacterias a las que también les gusta la leche, esta vez sus proteínas. Estas bacterias (llamadas pseudomonas) descomponen las proteínas mediante el proceso conocido como putrefacción. Ahora la leche huele mal, y si se bebe, las pseudomonas podían decidir vivir durante un tiempo el cálido y acogedor intestino, provocando una grave enfermedad.

Pero el proceso no acaba aquí, pues otras bacterias pueden aprovechar la grasa de un proceso conocido como enraciamiento. Ahora es cuando la leche apesta de verdad y poco hay de ella que sea de provecho. Si se deja un tiempo más, algunos mohos comenzarán a darse un banquete, con los ácidos grasos y las pocas grasas y proteínas que resten. Nada de lo que queda es de provecho para los seres humanos, en el supuesto de querer beberla.

Fuente: Infancia Hoy