Lic. Ricardo Pablo Salvador

Francesco Tonucci, reconocido educador italiano, visitó nuestra ciudad y otras ciudades de Santa Fe la semana pasada.

Crítico de la educación centrada en la mera transmisión de conocimientos y defensor del docente como investigador, aboga por una concepción de alumno como quien debe ser escuchado, cuyas experiencias y contexto deben ser factores tan o más importantes que los demás a la hora de plantear la enseñanza.

Una idea de este pedagogo quedó resonando en los medios en esta visita: escuchar qué tienen para decir los niños en estos tiempos de crisis.

Escuchar a los que todo tienen por aprender, a los que poco conocen sobre la vida, comparados con la experiencia de toda una vida de cualquier adulto, parece no tener sentido a primera vista, y sin embargo desde otra perspectiva sí que tiene sentido si pensamos que los niños son los herederos (que ya participan de la herencia) este mundo en crisis, precisamente heredado de nosotros, los adultos.

Hoy asistimos a idearios sobre los niños como educandos y como partícipes de la vida social en la perspectiva de Tonucci, por ejemplo, y lo vemos con beneplácito y esperanza a la vez. Sin embargo la niñez es un invento reciente y a la vez, de hecho está lejos de ser la niña mimada de la sociedad, excepto en el ámbito familiar, y a veces parece que no tanto.

Pero, ¿es que hubo algún momento en que no había niños? No, no con una inserción social ni remotamente parecida al actual, ni tampoco valorados como lo es hoy un niño, y ni siquiera el propio hijo. Por supuesto que siempre hubo niños en lo que a edad cronológica respecta, pero el sentimiento, la percepción que la sociedad (en lo que respecta a la cultura occidental al menos) tuvo de la niñez ha fluctuado a lo largo de la Historia más de lo que imaginamos, al punto de que por ejemplo y respecto de la educación, para Comenius (s. XVII), uno de los fundadores de la enseñanza formal el conocimiento del alumno era neutro mientras que lo esencial en la enseñanza era el método que se seguía (método que él había cristalizado en su obra Didáctica Magna). Y en la antigua Roma, era más importante el vínculo fruto de una elección que el lazo sanguíneo: el niño, luego de nacer, podía ser reconocido, elegido por el progenitor, o en caso contrario, abandonado y librado a su suerte (¡un recién nacido!); al mismo tiempo podía sentirse movido a adoptar un niño de otro o de un esclavo. Estos son sólo dos ejemplos de que el sentimiento y la concepción de “niñez” fueron (y continúan siendo) objeto de notorios cambiosa lo largo de la hisotria.

Alguna voz puede decir que hoy tampoco es valorada la niñez, al menos por esa que se ve mendigando entre las mesas de los bares, termina por encontrar su alimento el menú de los tachos de basura que otros desechamos, o es presa del paco o la adicción que sea y es iniciada en una delincuencia precoz. Es verdad que esa niñez existe, pero también es verdad que si bien hoy se perpetúa por la indolencia de quienes tienen el timón de las sociedades, no cuenta con la aprobación de voz alguna en ningún ámbito de reflexión cultural, científica, social o humanitaria que acredite reconocimiento social alguno.

Tonucci propone mirar las cosas, la sociedad y la crisis “con ojos de niño”, quizás porque esa mirada,  aún a pesar de todos los niños y niñas que viven en la marginación que sea, todavía es libre de las ataduras de lo políticamente correcto y todavía rebosa de la inocencia que no conoce segundas intenciones, se mantiene limpia y puede ver, quizás porque no ha aprendido todo, lo que a nosotros, no-niños, se nos escapa o no cuadra en nuestras expectativas algo ya endurecidas por los años.

También lo hace porque, no olvidemos que ante todo es un educador, no hay aprendizaje genuino sin la participación del que aprende, porque la creatividad, lejos de ser un mero cliché, es un real indicador de actividad en oposición a la pasividad heredada de formas anacrónicas (con todo el rigor del término) de plantear la enseñanza, porque dar participación significa valorar y porque no hay educación si no valoramos al que queremos educar.

Estas ideas son hoy más bien antiguas, si es por los años que tienen, y cuando miramos a nuestro alrededor parece que fueran ideas propias de un mundo de fantasía más que de este mundo en el que causó revuelo que el sociólogo suizo Jan Ziegler recordara que mientras la gripe que tiene al mundo en vilo y tras barbijos se ha llevado cientos de vidas, casi mil millones sufren de malnutrición permanente, y desde hace años muere un niño cada cinco segundos a causa del hambre.

Tonucci pregona estas ideas casi extrañas, que sin embargo son las ideas que nutren a todos los que desean una herencia mejor para los que nos siguen, sobre todo una herencia de herramientas para construir y de formas dinámincas y críticas de pensar; al escucharlo y leerlo nos inspiramos y miramos nuestras prácticas docentes para con mirada crítica y tal vez, con ojos de niño.

ricardopablo1@gmail.com