Si en la Argentina fuese válido razonar mediante silogismos podríamos decir: la tarea legislativa es un proceso de varias instancias. Los procesos interesan menos al público que los resultados. Los medios de comunicación siguen criterios de maximización de audiencias. Ergo, descenderá la cobertura mediática del conflicto.

La menor cobertura informativa no liberará la escena de una contradicción fundamental: las normas demoran en producir efectos. Esto acentúa la percepción de los cuerpos legislativos como ámbitos en los que “no se toman medidas efectivas”. Todo se agrava por la tensión que existe entre la lentitud del proceso político y el vértigo mediático.

Si es cierto que en cada crisis hay una oportunidad, es posible que en la que nos preocupa aflore una actitud de mayor interés por la pluralidad de voces que se expresarán en el Congreso. Tal vez, la discusión política se escape de su habitual rótulo de “pura pelea” y se entiendan que hay diferentes posiciones, que pretenden dar una visión legítima. Esta vez, el escaso encanto de la discusión política podría ser superado por la atención enfocada en una discusión sobre un tema que, interese o no interese, nos afecta a todos: qué perfil productivo y distributivo tendrá este país en los próximos años.

Es una oportunidad para que el público perciba las diferencias entre las diversas posiciones políticas antagónicas. También para que aquellos que disienten acepten el juego político, más específicamente aún: el juego electoral, como la forma de dirimir lo que por el momento no se pueda consensuar.

En cada crisis hay una oportunidad, sin embargo, hasta el más optimista tiene algunos “peros”. Que las carpas montadas fuera del Congreso no se tornen más importantes que lo que ocurre adentro mismo del recinto y las comisiones, sin duda, es uno de ellos, porque de ser así, otra vez la lógica mediática del conflicto será más transitada que la ruta legislativa hacia la solución.

Veremos, Argentina no es territorio apto para silogismos.