Damián Schwarzstein

Creo que era 1997. Spinetta venía a El Círculo con Los Socios del Desierto. Todos los fanáticos del Flaco contábamos las horas para el show. Fabricio, claro, también.

Pero resulta que cuando fue a comprar su entrada le dijeron que no, que no había dónde poner la silla de ruedas.

Lo que no sabían los que le dijeron que volviera a su casa es que Fabricio era un luchador. Un luchador indomable. Dispuesto a darle pelea a todas las barreras que tuvo durante su vida, algo que la ciudad comprobó con admiración en los años que siguieron hasta hoy.

No se quedó con el no. En realidad nunca lo hizo. Ni antes, ni ese día, ni después. Y construyó todo lo que construyó. Y escribió todo lo que escribió. Y, sobre todo, nos enseñó todo lo que nos enseñó.

Pero volvamos a aquel momento. Fabricio se contactó con la entonces concejal Iris Pérez. Y con los medios.

Fui a hacerle una nota a su casa, en Fisherton. Estuve largo rato. Y hablamos de todo. Del recital del Flaco, claro. Pero sobre todo de lo que él planteó en la entrevista como su pelea de fondo: que estar en silla de ruedas no fuera un impedimento de nada para nadie. Porque nunca pensaba en él solo y tampoco se andaba con chiquitas.

Llevé el disco de Spinetta y los Socios del Desierto. Y lo escuchamos mientras charlamos. Me acuerdo que estaba su hermano, que lo adoraba. Y sus padres, que se sentían justamente orgullosos de él y se mostraban dispuestos a acompañarlo adonde fuera para que pudiera seguir adelante. Decía que quería ser periodista y fue mucho más que eso.

Allí están sus libros, las presentaciones que eran verdaderas performances en las que participaban artistas de toda calaña, sus trabajos con Fabián Gallardo, sus micros de filosofía en el programa de Luis Novaresio, su trabajo con los chicos en conflicto con la ley penal que están alojados en el Irar. Su enorme capacidad para hacer amigos y para divertirse, a pesar de todo. Su amor por la música, por el arte, por la poesía, por las mujeres, por la vida.

Yo no sabía nada de eso aquel mediodía de 1997. Pero igual me fui de su casa lleno de emoción, de admiración.

La nota salió en la tapa sábana de La Capital. Al día siguiente se hizo el recital del Flaco. Y en un momento una canción me hizo buscarlo: estaba en uno de los palcos bajos de atrás de la platea, me pareció que seguía el ritmo del tema con la cabeza.

"Es este mundo de locos y fascistas. Dime nena como puedo yo cambiarlo", cantaba el Flaco.