Un desastre. Salvando las distancias, Rosario quedó como una ciudad bombardeada en plena guerra. Las calles y veredas cubiertas de verde por ramas, hojas, o árboles enteros vencidos por la piedra. Los autos que no llegaron a tiempo a un refugio, llenos de cráteres, sin vidrios y en algunos casos hasta sin paragolpes. Los edificios, casas y negocios, desprovistos de cristales si éstos daban al exterior. Y si esto fuera poco, la lluvia que acompañó se encargó de inundar calles por varias horas.