Pablo Vernaci

En el marco de la programación mensual del emblemático teatro El Círculo, la ópera de Mozart La flauta mágica se lució anoche bajo la batuta del maestro Nicolás Rauss frente a la Orquesta Sinfónica Provincial de Rosario, el Coro de la Ópera y cantantes solistas de primer nivel.

Ya desde los instantes previos a los acordes iniciales flotaba en el aire de la sala, prácticamente llena, una calidez y un entusiasmo que fueron buena señal de lo que vendría. Siguiendo con atención los conflictos de la dupla protagónica, Tamino (Carlos Ullan) y Pamina (Rebeca Nomberto Vargas), el público atravesó con ellos una trama de pruebas que desafiaban su valentía, su buen juicio. Felicidad y sabiduría para quienes sortearan esas pruebas con éxito. Por otro lado, los momentos bufonescos lograron complicidad instantánea con la audiencia: aquí brilló un ser mitad humano mitad pájaro llamado Papageno (Luciano Garay).

Por supuesto, el aspecto visual hizo su valioso aporte al desarrollo de la acción. Escenografía e iluminación impecables. Traducción electrónico para entender el alemán original del canto (las partes dialogadas, en español bien local). Como perla, lo impactante del vestuario demostró el esmero con que cada detalle de la obra fue abordado. Y hundida delante del escenario, la orquesta dio vida a la partitura que Amadeus compusiera poco antes de su temprana muerte, a los 35 años.

Todo en su justa medida. "Nada en exceso". Tal y como se trasluce en cualquier pieza de la producción mozartiana: equilibrio, simetría, respeto por las proporciones. "Nada en exceso" aconsejaba, también, una inscripción en el templo de Delfos que honró a Apolo. No en vano las artes centroeuropeas, finalizando el siglo XVIII, volvían su mirada algo nostálgica hacia la antigua Grecia. Escultura, arquitectura y teatro clásicos fueron modelos para creadores que unos dos mil años más tarde apostarían al goce de los sentidos reviviendo relatos de vigencia y belleza eternas.