El color de la ropa, qué comer, a qué jugar, qué estudiar, cuándo tener una relación romántica y más, son algunas de ellas. Pero qué pasa cuando las decisiones hay que tomarlas porque se desprenden de preguntas, de propuestas que presentan otros. Ahí está el tema. La fina línea entre el sí y el no que se divide gracias al no sé, no alcanza. Hay momentos que las decisiones son se quiera o no: blanco o negro.

Cuando esos momentos de la vida no permiten grises, cuando es cara o cruz, ¿cómo saber cuál es la correcta?, ¿cómo lograr arriesgarse sabiendo que siempre se gana y se pierde, sea cuál sea la elección?... Decidir con el corazón, con la razón, consultando a amigos, a la familia, nada resulta cuando el tener que dar una respuesta puede afectar la propia vida a corto o largo plazo. 

A quienes siempre dicen sí a todo, mientras que otros y casi como buscando en esas dos letras un resguardo, prefieren aferrase al NO. Sin embargo salir de los patrones propios es bueno y es también en ese momento donde los conflictos internos se alborotan en el cerebro, pensando y repensando posiciones, soluciones, respuestas…

Estar siempre dispuesto a decir que sí a todo lo que se pide no es bueno, dado que se llega a un punto en el que los demás pueden aprovecharse sabiendo que decir "no" es lo más difícil para esa persona. El miedo a decir que no y al rechazo en general son los patrones de quienes no logran poner límites. Saber valorase es un buen punto para lograr aprender a tomar decisiones.

El primer paso es conocernos y saber si realmente queremos y podemos hacer eso que se nos pide o si hay otras prioridades a las cuales prestarles más atención. En esos casos, decir que no es la mejor solución y los demás tendrán que aprender entenderlo.

En definitiva, saber cómo actuar no viene en un manual. Lástima.