Fueron tres días de tensión. Encapsulada en la Legislatura de Santa Fe y sus alrededores, es cierto. Pero quién sabe hasta dónde pudo haber escalado si el conflicto no se controlaba a tiempo. Lo cierto es que el miércoles 3, el jueves 4 y el viernes 5 de septiembre Santa Fe estuvo cerca de vivir un conflicto inédito: una pequeña guerra santa entre sectores católicos y evangélicos, enfrentados por la redacción del artículo 3 de la nueva Constitución santafesina.

No, la sangre no llegó al río. Por el contrario, la fórmula de paz que encontraron los convencionales dejó conformes a todos. No solo a los dos grupos religiosos que estuvieron en pugna, sino también a los laicos. Algo que quedó reflejado en la celebración de la Masonería Argentina, que motivó una nota publicada este miércoles por Rosario3.

“La Provincia asegura la distinción entre el Estado y el orden religioso y no establece religión oficial. La relación entre el Estado, la Iglesia Católica, las iglesias y los cultos legalmente reconocidos, se rige por los principios de autonomía, igualdad, no discriminación, cooperación y neutralidad”, dice el texto que finalmente se imprimió en la Constitución y apagó el fuego.

El que lo había encendido no era muy distinto: simplemente no mencionaba a la Iglesia Católica. Hablaba de “las iglesias y los cultos” en general, sin distinción. Ese fue el despacho que salió de la comisión de Derechos y Garantías, y que fue finalmente corregido —en esos tres días de locura— en la comisión Redactora de la Convención Constituyente.

Al borde del choque

 

¿Por qué algo en apariencia tan menor estuvo a punto de generar un conflicto mayor? Porque, presionados por párrocos y feligreses de los sectores más duros, los arzobispos —que aceptaban la declaración de Estado laico— hicieron lobby por un reconocimiento expreso al aporte histórico de la Iglesia Católica a la formación de la provincia de Santa Fe. Del otro lado, evangélicos y laicistas entendían que no había motivo alguno para darle a los católicos un lugar de privilegio sobre otras iglesias y cultos en el texto constitucional.

En Unidos había tres posiciones claras. Un sector del evangelismo, representado por el convencional Walter Ghione, pedía “neutralidad”. Otro, fundamentalmente los senadores, se embanderó con el reconocimiento a la Iglesia Católica. Y un tercero, vertebrado por el socialismo, insistía en que debía quedar plasmado que Santa Fe es un Estado laico. Radicales había en los tres grupos.

Los arzobispos objetaron el término “las iglesias” a secas y reclamaron una mención similar a la que hace el Código Civil y Comercial de la Nación, que reconoce a la Iglesia Católica como persona jurídica pública, preexistente al Estado, mientras ubica a todas las demás confesiones como personas jurídicas privadas, obligadas a registrarse en el Registro Nacional de Cultos. Una asimetría que los evangélicos y los laicistas consideraban inaceptable.

La tensión escaló. Hubo amenazas de movilización para el sábado 6 en la sesión: mensajes en WhatsApp, llamados de párrocos y pastores a senadores de todos los departamentos. “En un momento tuvimos un grupo de 70 feligreses rezando en la puerta de la Legislatura y al rato unos 500 evangélicos con bombos y banderas. Llegaron a distinta hora, por eso no tuvimos guerra santa”, recordó uno de los integrantes de la comisión de Derechos y Garantías consultado por Rosario3.

La fórmula de equilibrio

 

La política supo pacificar los ánimos, contener a quienes planteaban posiciones extremas y llevarlos hacia el centro. ¿Cómo? Con una mención a la Iglesia Católica, pero bajo la condición de que debía quedar fortalecida la idea de un Estado laico y neutral, con una actitud equitativa hacia los distintos cultos.

Dentro de la Convención la idea cerró: Walter Ghione y los senadores —entre ellos el presidente del órgano reformador, Felipe Michlig— que apoyaban la postura de la Iglesia, incluidos los justicialistas, cedieron. El socialismo, con Joaquín Blanco al frente de la comisión Redactora, se convirtió en custodio de que no se perdiera el sentido laicista.

Faltaba todavía el ok de los obispos. Hubo conversaciones entre líderes de Unidos y prelados, que dejaron claro que el reconocimiento pedido no era en desmedro de otros cultos. Un convencional oficialista valoró especialmente el aporte del arzobispo de Santa Fe, Sergio Fenoy, quien planteó que no había que hacerse eco de los sectores ultras que agitan sospechas hasta contra sus propias jerarquías.

Eso calmó los ánimos: los católicos quedaron conformes con la mención, los evangélicos primero incómodos pero luego aceptaron y los laicos celebraron que la primera parte del texto fuera inequívocamente laicista: “La Provincia asegura la distinción entre el Estado y el orden religioso y no establece religión oficial”.

Para éstos últimos, el fantasma era que se repitiera la fórmula de Córdoba, que reconoce la libertad de conciencia y de religión pero no habla expresamente de laicidad ni de neutralidad. Un riesgo latente porque era parecido a lo que planteaba el proyecto de Más para Santa Fe, impulsado por los senadores del PJ, de histórico buen vínculo los arzobispos: “La Provincia de Santa Fe reconoce y garantiza a la Iglesia Católica Apostólica Romana el libre y público ejercicio de su culto. Las relaciones entre ésta y el Estado se basan en los principios de autonomía y cooperación. Igualmente garantiza a los demás cultos su libre y público ejercicio, y la libertad de culto de todos sus habitantes”, era el texto propuesto en la iniciativa peronista.

No fue así. La salida que encontró la política conformó a casi todos, tanto que un 75 por ciento de la Convención votó a favor del nuevo artículo 3. Eso se reflejó en los discursos: los católicos remarcaron el reconocimiento, los evangélicos defendieron la neutralidad y los laicos festejaron la separación de Iglesia y Estado. Hasta los masones marcaron después que otra vez Santa Fe se ponía un paso adelante del resto del país en materia constitucional.

Lo cierto es que lo que parecía encaminarse a un conflicto duro, que pudo haber empañado el tramo final de la Convención, se resolvió con un texto de equilibrio. “Fue una obra de relojería que dejó afuera a los extremos más intransigentes y consiguió llevar la discusión a un punto de convergencia”, recordó un convencional clave en las negociaciones. Todo un signo de lo que fue, en realidad, toda la construcción de la nueva Constitución.