En tiempos en los que todo es mensurable, en donde se mide quién tiene más seguidores, más visualizaciones, quién gana más dinero, quién es más famoso; algo extraño pasó en Rosario. Nadie quiso medirse. Quizá porque no entraba un alma más en el Coloso, el ego se quedó afuera. Quizá por ser demasiado grande, demasiado ostentoso, no cabía en el estadio leproso. 

Fue una tarde-noche rara, ya desde el comienzo. Llegaron casi todos (menos uno, por obvias razones) en un colectivo: campeones del mundo, futbolistas amateurs, artistas, influencers, conductores de tv, gente a la que le dedicaron estatuas; todos juntos. Nadie osó pensar en sí mismo y eso que había gente que podría haber sacado chapa, haber puesto sobre la mesa lo ganado, lo acumulado, o lo que sea. 

Ni el dueño de la fiesta tuvo algún reparo en invitar al mejor jugador del mundo, aun a riesgo de que le robara e protagonismo. (Recuerdo el dia de la despedida de Lothar Matteus, en Alemania. La fiesta terminó cuando un invitado, Diego Maradona, fue reemplazado). Pero esta vez ni el flamante campeón del mundo y 7 veces balón de oro y cuatro veces ganador de Champions League sintió que podía ponerse delante del homenajeado. 

Es más, el técnico campeón del mundo, que volvía a pisar el césped del estadio en que se formó, pasó casi inadvertido. Tampoco el segundo máximo goleador de la historia de la selección, que estuvo más de 30 años sin regresar al Coloso, quiso poner el carro delante del caballo. 

Es más, en el banco había un hombre que logró ser campeón como jugador y entrenador, y cuyo apellido da nombre a una de las tribunas de ese sitio. Pero no hubo caso. 

Ni siquiera los de la vereda de enfrente se tentaron en forzar una rivalidad que podría haber generado otro foco de atención. Tampoco "las 40 mil almas" necesitaron combatir a quienes se supone están en las antípodas de sus sentimientos. Es más tomaron al pie de la letra el pedido del ídolo y ovacionaron a uno de ellos.

Nadie quiso ser más que nadie en tiempos en donde si no se es más que el otro, se finge serlo. Quizá haya sido un oasis, quizá haya sido el secreto para romper un maleficio que duró 36 años, quizá aprendimos algo. Ojalá no sea solo un deseo.