En la economía argentina, hay momentos en que el silencio es más elocuente que el ruido. Atravesamos uno de ellos. Una aparente calma en el tipo de cambio oficial esconde una batalla diaria y cada vez más compleja, una verdadera partida de ajedrez donde el Gobierno agota sus herramientas para mantener la estabilidad antes de las cruciales elecciones legislativas. Para cualquier emprendedor, entender las jugadas que se hacen en este tablero no es una opción, es una necesidad imperiosa para anticipar el próximo movimiento que podría afectar desde el costo de un insumo importado hasta el valor de sus ahorros. La pregunta que flota en el aire de la City no es si la presión cederá, sino qué tan sostenible es la muralla que se está construyendo para contenerla.
La estrategia oficial se ha vuelto una exhibición de creatividad financiera forzada por la escasez. El Tesoro Nacional, en un esfuerzo titánico, ha intervenido en el mercado con ventas diarias que superan los 300 millones de dólares para mantener al tipo de cambio mayorista anclado en torno a los 1.430. El problema es que esta munición no es infinita. En apenas seis jornadas, se han inyectado más de 2.000 millones de dólares, consumiendo casi el 90% de los fondos obtenidos por la reciente liquidación del agro. A este ritmo, el poder de fuego podría agotarse antes de que termine la semana, dejando al mercado a la intemperie. Pero la intervención directa es solo la punta del iceberg. El Banco Central (BCRA) ha llevado su posición vendedora en los futuros de dólar a un nivel cercano a los 8.000 millones de dólares, rozando el límite normativo de 9.000 millones. Es, en esencia, una apuesta a que no habrá una devaluación brusca, una forma de dar cobertura y calmar las expectativas. Sin embargo, el mercado parece desconfiar: los contratos a fin de año ya descuentan un dólar a 1.593, muy por encima de las proyecciones oficiales.
Las herramientas no convencionales en un escenario complejo
Cuando las herramientas tradicionales se agotan, la necesidad obliga a explorar caminos menos transitados. El Gobierno ha comenzado a operar en mercados secundarios de derivados, como el de BYMA, y en segmentos bilaterales que hasta hace poco eran casi testimoniales. Además, un reciente canje de deuda por 4.000 millones de dólares le permitió al BCRA hacerse de bonos atados al dólar, dándole más instrumentos para intervenir. Son maniobras complejas, casi de ingeniería financiera, que buscan el mismo objetivo: ganar tiempo. Mientras tanto, desde Washington, la mirada del Fondo Monetario Internacional es tan atenta como crítica. Kristalina Georgieva, su directora gerente, fue categórica al señalar que la prioridad número uno para Argentina es acumular reservas. Una directiva que choca frontalmente con la estrategia actual de venderlas para contener el precio del dólar. Georgieva, sin embargo, dejó una puerta abierta al optimismo, comparando el ajuste drástico del país con el de líderes de Europa del Este que "hicieron cosas muy difíciles, recortaron pensiones y salarios en un 40% o 50%, y fueron reelegidos. ¿Por qué? Porque lograron que la gente los acompañara". La palabra clave, según el FMI, no es "ancla" ni "banda", sino confianza. Esa confianza es, precisamente, lo que se pone en juego cada vez que se vende un dólar de las exiguas arcas del Central. El mercado, los inversores y cada empresario del país observan esta pulseada, conscientes de que la calma actual puede ser la quietud que precede a un cambio inevitable en las reglas de juego.
En este contexto, las miradas no solo apuntan a la Casa Rosada, sino también a Washington. La posible ayuda financiera de Estados Unidos, mediante un préstamo de sus Derechos Especiales de Giro (DEG) del FMI —un mecanismo ya utilizado con Qatar—, se ha convertido en una de las esperanzas o "carta secreta" para reforzar las reservas y evitar un aterrizaje forzoso. Esta potencial inyección de fondos no sería un cheque en blanco, sino la llave para transitar los próximos vencimientos de deuda y, quizás, para renegociar las condiciones del programa actual. Se trata de un salvavidas que pende de decisiones geopolíticas, agregando otra capa de complejidad al panorama.

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