La economía argentina se encuentra en una fase que combina alivio financiero, pulsos industriales y alertas inflacionarias. Por un lado, el dólar oficial se derrumbó hasta aproximarse a los $1.465 y el blue operó en niveles similares, lo que marcó un alivio para el tipo de cambio.
Este descenso permitió que los bonos y las acciones comenzaran a operar con menor tensión, señalando un “paréntesis” en la volatilidad que había dominado los mercados locales.
Esa foto más tranquila, sin embargo, se cruza con señales que no invitan al desprecio del riesgo. Las consultoras privadas estiman que la inflación de octubre alcanzaría hasta 2,5 % mensual, impulsada por el alza de alimentos y bebidas no alcohólicas.
En ese escenario, el equipo económico del gobierno enfrenta el dilema: ¿celebrar la calma cambiaria o prepararse para un rebote inflacionario que amenaza recuperar velocidad?
Ese marco explica por qué el Banco Central de la República Argentina (BCRA) comunicó ante inversores que buscará retomar la compra de reservas en los próximos meses como parte de una estrategia de “remonetización” de la economía.
Esa acumulación de divisas sirve como anclaje para expectativas cambiarias, al tiempo que busca dar soporte al peso, en un país donde históricamente la dolarización y el líquido escape al billete verde generan tensión monetaria.
En paralelo, se observan movimientos industriales que reafirman la relevancia de Argentina como polo productivo, aún en un contexto de fragilidad macroeconómica. Por ejemplo, Ford Motor Company anunció US$ 170 millones de inversión para fabricar en Argentina la versión híbrida enchufable de la Ranger, que empezará a producirse en 2027.
Esto no solo garantiza producción y exportación —el 70 % de esa futura output se destinará al exterior— sino que también requiere una mejora en la competitividad, lo que plantea el desafío de “impuestos, logística y costos locales” de los cuales ya alertó la firma.
Al mismo tiempo, el gigante regional del comercio electrónico, Mercado Libre, encadenó 27 trimestres consecutivos de crecimiento superior al 30 % interanual. Esa performance evidencia que mientras la macro sufre, algunos sectores explotan: fintech, logística, digitalización.
La convergencia de esos tres vectores —tipo de cambio, inflación y actividad real— genera un escenario de “riesgo contenido pero con gatillos”. La caída del dólar y la mejora de la percepción de riesgo abren espacio para un respiro financiero; sin embargo, la aceleración de los precios (particularmente alimentos y regulados) empuja un llamado de atención: sin una dinámica de ingresos que acompañe, el alivio cambiario puede ser efímero.
Desde la perspectiva institucional, el Gobierno tiene cartas que jugar. Un BCRA con margen para comprar reservas, un ambiente inversor que registra inversiones reales en industria y tecnología, y un mercado financiero que amaina pueden apuntar hacia un trimestre de transición, donde se busca “popularizar” el desarrollo más que “resolver” la crisis. Pero ese tránsito exige que las reformas anunciadas, como reducción de costos logísticos, exportaciones activas y reactivación de la demanda interna, realmente se concreten.
Para los sectores productivos, particularmente industria y comercio, la baja del dólar es compleja: la importación de insumos se vuelve más barata, las exportaciones más competitivas, y los costos de endeudamiento en dólares retroceden. Al mismo tiempo, deben estar atentos: si la inflación crece, los salarios reales caerán y el consumo retrocederá aún más.
Finalmente, la hoja de ruta aparente indica que la calma financiera actual no es sinónimo de “fin de la crisis”. México, Brasil y otros países de la región ya viven el contexto de tasas bajas, fuerte digitalización y mercados internos maduros; Argentina puede aspirar a ello, pero deberá sortear tres frentes de tensión: presión inflacionaria, reservas internacionales ajustadas y estructuralidad del aparato productivo local.

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