Oro a US$4.000: ¿seguro contra el fin del mundo o burbuja con credenciales académicas?

El reconocido profesor de Finanzas Damodaran advierte en un reciente artículo que el metal no es un activo real sino un "coleccionable" carísimo a US$ 4.000 y por qué tener una posición chica en tu cartera no sirve absolutamente de nada ante una crisis

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En un año en el que casi todos los activos financieros parecen haber subido, el oro tuvo un año estelar: en octubre superó por primera vez los US$4.000 la onza, acumulando un alza cercana al 60% en 2025 y marcando máximos históricos tanto en términos nominales como reales. En su blog Musings on Markets, Aswath Damodaran —profesor de finanzas en NYU y una de las voces más respetadas en valuación— dedicó una columna a este rally: “A Golden Year (2025): Gold's Price Surge – The Signal in the Noise!”. El texto es algo más que un comentario coyuntural: es un repaso honesto sobre qué es el oro, qué lo mueve y qué sentido tiene (o no) tenerlo en cartera en este nuevo régimen de precios.

El oro no es un “activo”: es, sobre todo, un coleccionable

Damodaran arranca por donde casi nadie quiere empezar: la ontología del oro. Él divide el universo invertible en cuatro categorías: activos (con flujos de caja esperados, como acciones, bonos e inmuebles), commodities (insumos productivos como petróleo o hierro), monedas (medios de pago y reserva de valor) y coleccionables (bienes escasos sin cash flow, como oro, arte, cartas de colección o incluso bitcoin).

El oro, dice, no es un activo: no genera dividendos ni cupones. Ha funcionado a veces como moneda, se usa algo como commodity (joyería, aplicaciones industriales), pero su rol dominante hoy es el de coleccionable con historia y mística.

Las implicancias son incómodas para el inversor clásico: no se puede hacer un DCF del oro, no hay “valor intrínseco” que anclar y hablar de si está “caro” o “barato” en términos de valor fundamental es, en sus palabras, básicamente inútil. Su precio es, casi por definición, un juego de oferta, demanda, humor y momentum.

Warren Buffett lo entendió hace rato: evita el oro físico, pero no tiene problema en comprar empresas mineras de oro, porque esas sí son activos con flujos de caja. En concreto,  si tu filosofía de inversión está relacionada a comprar cosas infravaloradas respecto de su flujo de caja, el oro no tiene nada que hacer en tu cartera. 

¿Hedge contra inflación y crisis? Sí… pero solo cuando todo se prende fuego

Damodaran revisa la historia del oro desde los años 60 y la cruza con tres variables que suelen citarse como sus grandes drivers: inflación, miedo a crisis y tasas de interés reales.

Cuando correlaciona las variaciones anuales del precio del oro con la inflación de EE.UU. desde 1963, obtiene una relación positiva, pero con un poder explicativo bajo. La década en que esa relación realmente se ve es la de los 70: inflación alta, oro volando, +133% en 1979 y luego -32% en 1981.

Su conclusión es clara: el oro se comporta mejor como hedge contra episodios extremos de inflación inesperada, no como paraguas contra una lluvia fina de inflación moderada. No te salva del 4% al 6% anual; te salva cuando estás camino a algo que se parece más a los 70… o a ciertos países emergentes que todos conocemos de cerca.

Para medir “miedo” de mercado, usa dos variables forward looking: la equity risk premium (ERP) del S&P 500 y el spread de bonos de grado de inversión vs. Treasuries. Encuentra una relación débil con los spreads de crédito, y algo más visible con la prima de riesgo accionaria: cada punto extra de ERP se asocia, en promedio, con un mayor precio del oro, pero con muchísimo ruido.

Otra vez el mismo patrón: en crisis verdaderamente grandes, el oro responde; en turbulencias medianas, su comportamiento es errático. Es un airbag para choques frontales, no un amortiguador para pozos chicos.

En tasas reales, la relación es más limpia: tasas reales altas son veneno para el oro; tasas reales bajas o negativas son su mejor nafta. Y el 2026 -con dudas en torno al crecimiento y expectativas de recortes de tasas- no parecería ser precisamente un entorno hostil para el metal.

A estos precios, el oro está “caro” casi contra cualquier regla histórica

Damodaran no se queda en la teoría: se mete en el barro de la “valuación relativa” del oro, aceptando que no puede hacer un DCF, pero sí puede compararlo con la inflación (CPI) y con otros metales preciosos, especialmente la plata.

Toma el índice de precios al consumidor de EE.UU. y calcula cuántas unidades de CPI “cuesta” una onza de oro. A fines de octubre de 2025, ese ratio está en niveles históricamente muy elevados, muy por encima de su mediana de largo plazo.

Incluso ajustando por la prima de riesgo accionaria, la conclusión es brutal: el oro luce claramente sobrepreciado en 2025, aun corrigiendo por cambios en el entorno de riesgo.

Frente a la plata, la historia es similar: el ratio oro/plata se ubica bastante por encima de su mediana histórica. Y sin embargo, este “oro caro” lleva casi una década subiendo: de poco más de US$1.000 a fines de 2015 a más de US$4.000 hoy, casi un x4 sin necesidad de hiperinflación ni cataclismos a la 2008.

Cuando algo está “caro” durante diez años y no baja, tal vez el problema es la métrica, no el precio.

¿Cambió el oro… o cambiamos nosotros?

Ante esta aparente desconexión, Damodaran propone una lectura interesante: quizás no estamos viendo una burbuja clásica, sino un cambio estructural en la demanda.

Enumera cuatro fuerzas: más vías de acceso (el auge de los ETFs de oro permite entrar y salir del metal sin bóvedas ni lingotes), desconfianza creciente en bancos centrales tras años de hiperactivismo monetario, fatiga del dólar como única moneda de reserva y el desorden geopolítico de la última década.

A eso se suma un punto clave: para muchos inversores jóvenes, bitcoin es el “oro 2.0”; para los más escépticos con lo digital, el oro vuelve a ser el “activo sin contraseña” en un mundo que teme hackeos, apagones y riesgos tecnológicos.

La combinación de desconfianza institucional, herramientas de acceso fáciles y narrativa apocalíptica es el mejor marketing que el oro tuvo en décadas.

Cuatro formas de relacionarse con el oro (y dónde se equivoca la mayoría)

La parte más útil del análisis está cuando Damodaran esquematiza cuatro formas de usar el oro en una cartera.

Primero, como inversión “core”: el maximalista que pone una parte grande del patrimonio en oro, casi como activo principal. Históricamente, esa decisión fue mala en números duros: en las últimas cuatro décadas, el oro rindió bastante menos que las acciones y con más volatilidad.

Segundo, como seguro: tenés la mayor parte de tu patrimonio en acciones y bonos, y comprás oro como seguro contra hiperinflación o eventos económicos catastróficos. Pero si tenés 3–5% en oro, eso no te salva de nada; es casi decorativo. Para que actúe como seguro real, necesitarías algo más cercano a 15–20% del portafolio.

Tercero, como trade: tratar al oro como un trade de timing, comprando en pánicos y vendiendo en euforia. Es básicamente surfear humor y momentum en un mercado donde los fundamentos son débiles y el ruido es enorme. Tarea tremendamente difícil, a donde solo unos pocos pueden tener éxito.

Por último, como señal: usar el precio del oro no como destino, sino como termómetro. Si el oro despega fuerte, puede ser un indicio de que el mercado está descontando más inflación futura o más riesgo sistémico y, ante esa señal, en vez de comprar oro, se puede acortar duration, subir liquidez o rotar a empresas con más poder de fijación de precios.

El giro incómodo: el inversor emergente ya vive en modo “gold”

Damodaran escribe pensando en el inversor estadounidense promedio. Para un ahorrista de mercados emergentes, la historia tiene un giro adicional.

En buena parte del mundo —y en América Latina en particular— el inversor de a pie ya desconfía crónicamente de su moneda, ya dolariza, ya compra ladrillos, campos o activos reales como “seguro político”. Es decir, muchos inversores emergentes ya viven en una lógica de oro, aun sin comprar una sola onza.

Para ese perfil, agregar oro encima de esa estructura puede ser redundante como hedge, si ya tiene muchos “seguros” implícitos, y caro en términos de costo de oportunidad, sobre todo a estos niveles de precio y frente al historial de subperformance frente a las acciones.

La pregunta honesta no es “¿compro oro o no?”, sino: ¿en qué cajón mental de mi portafolio entra el oro… y qué estoy dejando de hacer si lo convierto en protagonista?

Si lo querés como seguro, ponelo como seguro y aceptá el costo de tener 15–20% de la cartera en algo sin cash flow. Si lo querés como trade, asumí que estás jugando en la misma mesa que traders globales hiperinformados. Si lo querés como señal, no lo compres: miralo.

Lo que no tiene mucho sentido es tener 2% en oro, llamarlo “hedge”, y seguir durmiendo tranquilo pensando que eso te salva del próximo cisne negro.

En resumen

El enfoque de Damodaran deja tres ideas claras sobre el oro de 2025: es, ante todo, un coleccionable con historia, no un activo con valor intrínseco medible; funciona como seguro solo en eventos extremos de inflación o crisis profundas, y la mayoría de las posiciones típicas son demasiado pequeñas para que importe; y por casi cualquier métrica histórica luce caro, pero puede seguir así mucho tiempo si el cambio estructural en la demanda se mantiene.

El rally de 2025 es, a la vez, una señal y un espejo: nos habla menos del metal y más de un mundo que confía menos en sus instituciones, en sus monedas y en sus bancos centrales.

El oro no se volvió más sabio; nosotros nos volvimos más miedosos. Y si uno decide pagar US$4.000 la onza, al menos conviene admitir que no está comprando una ganga: está comprando el derecho a dormir mejor en un mundo que le resulta cada vez menos confiable.

Autor: Lucas Quaranta
Magister en Finanzas - Universidad Torcuato Di Tella

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